viernes, 23 de enero de 2009

Equipaje de mano


Fernando Bellver
Ellago Ediciones
80 pp.





¡Por fin un libro gozoso! Sin más adjetivos ni adornos verbales. Un libro para disfrutar viendo y leyendo. Una pequeña joya que se recorre de principio a fin con una sonrisa y con tranquila satisfacción.

El autor: Fernando Bellver que pasó del mundo del arte al mundo del arte y los libros, y que nos regala con su particular diario de viajes.

Si en lugar de artista Bellver fuera editor, hubiera añadido al título del libro "mis viajes por Egipto, Sudán, Venezuela, Senegal, India, Kenia y Pakistán", que de todos estos países trata su libro. Pero no. Se ha contentado con un escueto Equipaje de mano, haciendo un guiño conceptal al tendido como hubiera hecho a modo de brindis su admirado Joan Brossa, al que también se menciona en el prólogo.

No hay mucho más que decir en una reseña, porque todo lo que sea explicar sobra. Hay que mirar y leer. Para los no advertidos, aviso de que no es un libro 'compuesto' como se componían antes los libros en las imprentas, echando mano de una linotipia. Todo, dibujo y texto, viene de la mano -sin más mediación que la del lápiz- de Fernando Bellver. Y viene de su inteligencia y de su manera fresca y directa de contar. O lo que es lo mismo, de viajar y de vivir con gusto la experiencia del viaje.

Dejo aquí el comentario para que cada cual juegue con el suyo propio, después de disfrutar y de admirar el libro. Sólo un apunte, casi técnico. El mismo fair play que Bellver y su editor Paco Villegas muestran en lo referente al título lo aplican a la distribución del libro en librerías. Que nadie piense que lo va a encontrar fácilmente por ahí. Y es que, en eso, también parece haber un guiño de independencia compartida con los lectores. Una independencia que se añade al resto de virtudes que posee el libro y que hará más grata, todavía, la lectura.

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domingo, 18 de enero de 2009

El chino

Henning Mankell
Tusquets, 2008
471 pp.





Menos de una tercera parte del libro trata directamente de China. Suecia y los Estados Unidos son también los escenarios donde transcurre una intriga que arranca con un asesinato en masa.

Una larga historia con raíces en el pasado, la vida cotidiana de la jueza, que aquí sustituye al familiar policía Wallander de las obras anteriores de Mankell, las miserias de la salud y los afectos que tienen su lugar reconocido en el género de la novela negra componen un thriller que sigue los patrones que con tanta maestría maneja el autor.

A primera vista, estamos ante un libro para el viaje. Un libro que retiene la atención del lector y que resiste las interrupciones y las incomodidades de la lectura en los aeropuertos o en los momentos de espera en la habitación del hotel. Si sólo fuera por eso, El chino, sería ya un libro a tener en cuenta.

Pero mi sensación es que hay bastante más, debido a una inclinación que muestra el autor -y se hace visible en muchos otros de sus libros- a entrar en el ámbito de lo social y de lo político, a veces rozándolo y a veces como complemento necesario en el guión.

En La quinta mujer, un primer episodio situado en Argelia ponía ante el lector el panorama del terrorismo fundamentalista islámico simplemente como un apunte que aludía en la ficción al país –Argelia- que sufría el atentado y a Europa, que proporcionaba las víctimas. Y al hacerlo, despertaba con muy pocos trazos la conciencia de un problema con el que jugará el autor en el curso de su intriga para atar al final todos los cabos.

Ese recurso al tema político cobra protagonismo en El chino. Es un elemento fundamental entre todos los que aportan energía para que la historia se mueva y la acción cobre consistencia.

Con El chino tiene uno la sensación de estar ante la novela negra global. Queda muy lejos el ambiente opresivo de los despachos por los que se movía el comisario Maigret y la pequeñez de los tropiezos administrativos que imponía cualquier prefectura de provincias. Ahora es un mundo moderno y abierto el que sostiene la trama y, además, con la inserción de ese plano que discurre por la política, es también un mundo próximo. Porque el acierto de Mankell es tratar de temas que el lector conoce por el periódico y sobre los que tiene opinión –aunque quizás no del todo formada.

Espero no desvelar nada al adelantar que en El chino se habla de China. La imagen de la portada del libro insiste en lo que el título avanza y las manchas de rojo que contrastan con blancos y sepias hablan, sin duda, de sangre y de asesinatos.

Que China se está poniendo de moda no es una novedad. Que despierta todo el interés y que es y seguirá siendo objeto de un interminable rosario de libros en el futuro es algo sobre lo que no cabe dudar. Y ello, en muy buena parte, por el hecho de que lo chino pertenece a un mundo opaco cuyo conocimiento residía en el pequeño círculo de los que se llamaban sinólogos y cuya interpretación se basaba en el arte de saber leer entre líneas las declaraciones oficiales salidas de las instituciones y también las que se deslizaban a través de la prensa y los rumores.

Esta ‘negrura’ que preside el corazón del poder en China, se aporta al flujo de negruras propias de las novelas de asesinatos y detectives. Y surge en El chino no en la forma de una mafia más de las muchas que parecen haber brotado en la China de hoy, sino como un imperativo de esa complejísima y sorprendente transición que el país hace desde el comunismo original a esa otra fórmula, cargada de éxito, a la que no me atrevo yo a poner nombre. Una transición llena de posibles lecturas entre las cuales no es la menor en importancia el sorprendente paso de un país anclado en la tradición, en el mundo rural y en el cultivo de la tierra a una potencia industrial moderna, con ciudades de una energía arrolladora, cuya sombra se proyecta ya sobre todo el mundo.

Libro para el viaje, pero al final, resulta que también libro de viajes, porque El chino entra en las tripas del presente y del devenir del país. Mankell ejerce de buzo en el mundo de la política y nos lleva por las profundidades. Lo que se ve en las calles de Pekín, las avenidas o los precios de los restaurantes es lo de menos. Entender a la gente de la calle está fuera de la misión de su libro. La novela negra trata de desvelar el hilo que relaciona la vida y la muerte. Sigue el rastro que permite pasar del mundo cuerdo de la vida cotidiana a la loca perversión que agota el camino de la convivencia. Busca, en definitiva, sacar a la luz los elementos esenciales que mueven a los hombres y que los hombres mueven para favorecer sus intereses y alcanzar sus quimeras.

Y ahí es donde China aparece en la novela de Mankell, observada desde el interior, siguiendo los pasos de las autoridades del partido, descubriendo el secreto de los comportamientos superficiales a través del condicionante profundo de la lucha por el poder y sobre todo del desencuentro que nace de una visión distinta, según la facción de la que se trate, sobre el futuro del país, sobre el de la sociedad y sobre cómo manejar el presente.

El chino es una bien medida mezcla de temas, de planos, de lugares y de personajes. Pero quizás no he dicho lo más importante: es una novela magnífica. La acción no es desbocada, la intensidad la administra Mankell con mesura al tiempo que añade elementos que tapan huecos y aportan luces, pero también sombras, a la visión del conjunto, como corresponde a un buen relato de intriga.

Libro de viajes y para el viaje, la lectura de El chino no podrá dejarse hasta el final. Con esa mezcla de emoción, curiosidad y suspense propia del género negro, el lector encontrará en él una novela espléndida y la mejor ocasión para el disfrute.


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viernes, 9 de enero de 2009

Viajes y Exploraciones en el África del Sur


David Livingstone
Ediciones del Viento, 2008
790 pp.





 

Casi ochocientas páginas pueden disuadir al lector de emprender el trabajo de la lectura. Y más si el autor del libro, en lugar de un reconocido literato, es un cronista alejado del oficio de escribir y afectado por muchos de los modos y maneras que tenían los científicos del siglo XIX para divulgar los descubrimientos de la época.

Ochocientas páginas son muchas, pero quisiera adelantar una opinión personal y que estoy seguro de que es poco compartida: hay libros que no hace falta terminar de leer. Son libros que pueden dejarse cuando el lector desee y sin embargo, llenos de interés que se disfrutan durante todo el tiempo que se tienen entre las manos.

Viajes y Exploraciones en el África del Sur recoge la experiencia de Livingstone durante los dieciséis años que duró su primer viaje a África. Es un libro escrito en alguna medida por obligación ante el deseo de Inglaterra y también de Europa entera de conocer el alud de descubrimientos que el más famoso de los exploradores acababa de hacer en un continente tan próximo como desconocido e impenetrable como era África.

Hay que decir que el atractivo enorme que tiene el relato de Livingstone descansa a partes iguales en el objeto del relato –África, su naturaleza y sus gentes- y en la personalidad extraordinaria del autor.

Otros aventureros habían llegado ya al continente y habían hecho incursiones en él. Pero ninguno alcanzó en sus observaciones la amplitud, la perspicacia y la profundidad que aparecen en el presente libro.

La vida de Livingstone es de un dramatismo feroz. Quien desee acercarse a la versión menos oficial de ella, lejos de las condecoraciones y los laureles, para contemplar el sufrimiento ligado a la determinación obsesiva por seguir y seguir avanzando en el interior de África tendrá una buena perspectiva leyendo el excelente El río Congo, del que convendría hablar algún día. Enfermedad, abatimiento, penalidades extremas rodeadas de accidentes y de muerte componen una hazaña que se convierte en lúgubre y finalmente suicida. Y sin embargo, nada de ello se trasluce en el relato escrito que hace el protagonista de esta aventura.

¿Por qué? La respuesta, y éste es el primer gran atractivo del libro, está en la personalidad sobresaliente y de natural resistente hasta el extremo de Livingstone. Nacido en una familia extremadamente humilde, con la precaria educación que podía conseguirse en las Hébridas, en Escocia, en los primeros decenios del siglo XIX, puesto a trabajar a los diez años para ayudar a la economía familiar, se propone estudiar latín y se familiariza desde muy joven con los textos de Horacio y de Virgilio. Se interesa por la astronomía y por la ciencia en general, consigue estudiar medicina a la vez que trabaja en la industria textil y se licencia en Glasglow. Además, se interesa por la filosofía y por la religión en la que descubre el motivo que debe orientar su vida: ayudar a las naciones sufrientes por sus condiciones de vida y por la falta de conocimiento en general y la ignorancia de la religión cristiana en particular a salir del atraso y emprender la senda del progreso. Con profundos estudios de teología, Livingstone marcha a África como misionero, pero también como científico y como activo defensor de la abolición de la esclavitud.

Y regresa a Londres tras su primer viaje, dieciséis años después de haberlo emprendido, colmado de reconocimiento como el hombre que más sabe, que más cosas ha visto y que mejor conoce África de todos cuantos puedan hablar de ella.

Cuando Livingstone redacta su relato y se excusa de no escribir mejor, no es solamente un hombre de acción, poco versado en letras, quien habla. Es en realidad un hombre de profunda formación intelectual, familiarizado con libros y literatura y tan exigente hacia sí mismo como poco conforme con la mediocridad.

Para el lector de hoy, parte del espectáculo que se inicia con las primeras páginas del libro de Livingstone es el propio Livingstone. La otra parte es África. Y aquí vuelve a ser singularísimo el relato porque contiene un auténtico tesoro de conocimientos de los que no se tenía noticias hasta que los lleva a Europa el autor. En su afán por evangelizar, aprende con rapidez sorprendente las lenguas de las tribus con las que convive y hace apuntes gramaticales sobre sus formas de expresión. Explica la composición de las comunidades que encuentra, las relaciones familiares, las formas de vida. Habla de guerras, de pueblos, de animales, de reyes, de ceremonias, de ritos, de formas de vestir, de utensilios, de las habilidades de unos y de otros… Y, por supuesto, de viajes, de desplazamientos por la selva o por los desiertos, del cruce de ríos y de montañas y de los encuentros con otras tribus a veces amables, otras complicados y tensos.

El viaje de Livingstone es largo. Parte de África del Sur, atraviesa el Kalahari, llega al río Zambeze y a las cataratas Victoria, alcanza Angola… Es una auténtica epopeya que narra con la distancia del científico y con el deseo de documentar su experiencia para dar noticia de ella a los demás. Riguroso, detallista y, visto con los ojos de hoy, ingenuo en su propósito espiritual de llevar la salvación a través de la Biblia, ofrece al lector la visión de un mundo nuevo. En todo caso, el relato de Livingstone es cautivador y descubre a quien lo lee la visión de un África virgen y también de una Europa atenta que ha empezado a dar los primeros pasos de la política colonial que marcará el desarrollo posterior de todo el continente.

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viernes, 2 de enero de 2009

Vida imperial en la Ciudad Esmeralda. Dentro de la Zona Verde de Bagdad


Rajiv Chandrasekaran
RBA, 2008
366 pp.






¡Esto sí que es un viaje! Y pido de antemano excusas por la ligereza de mi comentario.

La primera pregunta a hacerse es si es éste un libro asimilable a la literatura de viajes. Creo que la respuesta es que sí, aunque quizás requiera una explicación. Pocos viajeros se acercan hoy a una agencia de viajes a reservar un vuelo hacia Bagdad. De acuerdo con ello, casi nada que tenga que ver con esta ciudad o con Irak entraría en el género literario del que hablamos. Además, es éste un libro con un fondo político indudable que también parece alejarlo del tema.

Pero dicho esto, la realidad es que el Irak de esta inmediata posguerra que debía haber sido una etapa muy provisional se alarga trágicamente y lo que pudiera parecer una situación dramática pero de corta duración ha acabado por instalarse y modelar el país entero de tal forma que sus efectos serán por mucho tiempo los que condicionarán la vida cotidiana y muchos de los rasgos sobre los que acabará por reconstruirse el país.

Quizás la pregunta sea ¿hay que hablar de Irak? Y la respuesta para todos aquellos a quienes interese hacerse una idea de cómo es el mundo en el que viven es, evidentemente, sí.

Deseo empezar diciendo que Vida imperial en la Ciudad Esmeralda es un libro tan ameno como aleccionador. Se lee con facilidad, a veces con una sonrisa que nace de lo que, salvando su aspecto trágico, raya en un montón de ocasiones el disparate, y siempre con la sensación de asistir casi desde primera fila a unos hechos conocidos pero de los que el lector de periódicos desconoce muchas claves. Estamos pues ante un libro ‘iluminador’ de unos hechos recientes –si no vivamente actuales- tan oscurecidos por la falta de información como por las noticias interesadas lanzadas por gobiernos, instituciones y medios de comunicación. Con este libro, una voz autorizada y fuera de los registros habituales aporta una visión clarificadora, independiente y en muchos aspectos, también, demoledora.

¿De qué trata el libro? Básicamente de cómo se preparó la reconstrucción de Irak inmediatamente después de la intervención puramente militar para hacer del país una democracia moderna, económicamente exitosa y ejemplar para los países de su entorno.

Pocos propósitos podrían haber concitado mayor acuerdo e incluso elogio que un objetivo tan bien intencionado. Y sin embargo nada funcionó. Desde el principio parece claro que los medios no son los apropiados para una tarea tan necesaria como razonable. Y no lo son porque la realidad es mucho más compleja que los buenos propósitos. Y porque una intervención militar es una obra de una envergadura tal que condiciona y supedita cualquier otra operación por bien intencionada que sea.

Vida imperial en la Ciudad Esmeralda es un inventario de tropiezos y de errores en la interpretación de la realidad explicados con detalle hasta el punto de ridiculizar la actuación del gobierno norteamericano hasta el extremo. Lo que hubiera debido ser, por su trascendencia militar, política, histórica… una acción en manos de expertos, ejecutada a la perfección, se convierte en una sucesión de despropósitos donde brilla el desconocimiento, la falta de experiencia, la insuficiente planificación y el error en las apreciaciones sobre la realidad y en las decisiones que siguieron a estas.

Pocas cosas se hicieron a derechas. Y es que poco podía hacerse cuando el Pentágono tenía en escasa o ninguna estima las posiciones del Departamento de Estado, y cuando el Departamento de Estado trataba de evitar que la CIA impusiera unos objetivos de los que desconfiaba radicalmente, y cuando la Casa Blanca dejaba sin dirección a quienes debían tomar decisiones a la espera que los acontecimientos dieran la razón a unos o a otros, y cuando los hombres destacados sobre el terreno –en esa Ciudad Esmeralda con que se bautizaba a la bunkerizada Zona Verde- vivían alejados de la realidad que los rodeaba en medio de las diferencias entre los superiores y entre las instituciones.

Ejemplar y, por qué no decirlo, divertida, Vida imperial en la Ciudad Esmeralda resulta una verdadera lección de lo que no debía haber sido. Y abre un interesantísimo ángulo de visión sobre el Irak del presente y del futuro. Aunque el foco se centra en la Administración norteamericana del Irak ocupado, habla también, como no podía ser de otro modo, de la realidad del país, de sus políticos, de su capacidad o de su idoneidad para sobreponerse al terrible trauma de la intervención militar y para construir un país viable. Y entre medio del lío que crea la situación, habla también de la población de trabajadores, de funcionarios, de militares, de antiguos militantes en las organizaciones del régimen caído y de la dificultad de todos ellos de reencontrar un lugar donde agarrarse en medio de una situación degradada hasta el extremo, anárquica, insegura y presidida por la desesperanza.

Vida imperial en la Ciudad Esmeralda no es un libro cualquiera. Con soltura y con desenfado es un repaso –entiéndase en todos los sentidos- a la gestión de la guerra y de la posguerra por parte del que se supone el país mejor preparado del mundo. Y es también el relato de cómo han convivido dos realidades –la de la ‘ciudad imperial’ de la Zona Verde y la del Bagdad real a extramuros de la anterior- despegadas una de la otra pero obligadas a encontrarse en algún momento para hacer de Bagdad la ciudad espléndida que debiera ser.


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