viernes, 9 de enero de 2009

Viajes y Exploraciones en el África del Sur


David Livingstone
Ediciones del Viento, 2008
790 pp.





 

Casi ochocientas páginas pueden disuadir al lector de emprender el trabajo de la lectura. Y más si el autor del libro, en lugar de un reconocido literato, es un cronista alejado del oficio de escribir y afectado por muchos de los modos y maneras que tenían los científicos del siglo XIX para divulgar los descubrimientos de la época.

Ochocientas páginas son muchas, pero quisiera adelantar una opinión personal y que estoy seguro de que es poco compartida: hay libros que no hace falta terminar de leer. Son libros que pueden dejarse cuando el lector desee y sin embargo, llenos de interés que se disfrutan durante todo el tiempo que se tienen entre las manos.

Viajes y Exploraciones en el África del Sur recoge la experiencia de Livingstone durante los dieciséis años que duró su primer viaje a África. Es un libro escrito en alguna medida por obligación ante el deseo de Inglaterra y también de Europa entera de conocer el alud de descubrimientos que el más famoso de los exploradores acababa de hacer en un continente tan próximo como desconocido e impenetrable como era África.

Hay que decir que el atractivo enorme que tiene el relato de Livingstone descansa a partes iguales en el objeto del relato –África, su naturaleza y sus gentes- y en la personalidad extraordinaria del autor.

Otros aventureros habían llegado ya al continente y habían hecho incursiones en él. Pero ninguno alcanzó en sus observaciones la amplitud, la perspicacia y la profundidad que aparecen en el presente libro.

La vida de Livingstone es de un dramatismo feroz. Quien desee acercarse a la versión menos oficial de ella, lejos de las condecoraciones y los laureles, para contemplar el sufrimiento ligado a la determinación obsesiva por seguir y seguir avanzando en el interior de África tendrá una buena perspectiva leyendo el excelente El río Congo, del que convendría hablar algún día. Enfermedad, abatimiento, penalidades extremas rodeadas de accidentes y de muerte componen una hazaña que se convierte en lúgubre y finalmente suicida. Y sin embargo, nada de ello se trasluce en el relato escrito que hace el protagonista de esta aventura.

¿Por qué? La respuesta, y éste es el primer gran atractivo del libro, está en la personalidad sobresaliente y de natural resistente hasta el extremo de Livingstone. Nacido en una familia extremadamente humilde, con la precaria educación que podía conseguirse en las Hébridas, en Escocia, en los primeros decenios del siglo XIX, puesto a trabajar a los diez años para ayudar a la economía familiar, se propone estudiar latín y se familiariza desde muy joven con los textos de Horacio y de Virgilio. Se interesa por la astronomía y por la ciencia en general, consigue estudiar medicina a la vez que trabaja en la industria textil y se licencia en Glasglow. Además, se interesa por la filosofía y por la religión en la que descubre el motivo que debe orientar su vida: ayudar a las naciones sufrientes por sus condiciones de vida y por la falta de conocimiento en general y la ignorancia de la religión cristiana en particular a salir del atraso y emprender la senda del progreso. Con profundos estudios de teología, Livingstone marcha a África como misionero, pero también como científico y como activo defensor de la abolición de la esclavitud.

Y regresa a Londres tras su primer viaje, dieciséis años después de haberlo emprendido, colmado de reconocimiento como el hombre que más sabe, que más cosas ha visto y que mejor conoce África de todos cuantos puedan hablar de ella.

Cuando Livingstone redacta su relato y se excusa de no escribir mejor, no es solamente un hombre de acción, poco versado en letras, quien habla. Es en realidad un hombre de profunda formación intelectual, familiarizado con libros y literatura y tan exigente hacia sí mismo como poco conforme con la mediocridad.

Para el lector de hoy, parte del espectáculo que se inicia con las primeras páginas del libro de Livingstone es el propio Livingstone. La otra parte es África. Y aquí vuelve a ser singularísimo el relato porque contiene un auténtico tesoro de conocimientos de los que no se tenía noticias hasta que los lleva a Europa el autor. En su afán por evangelizar, aprende con rapidez sorprendente las lenguas de las tribus con las que convive y hace apuntes gramaticales sobre sus formas de expresión. Explica la composición de las comunidades que encuentra, las relaciones familiares, las formas de vida. Habla de guerras, de pueblos, de animales, de reyes, de ceremonias, de ritos, de formas de vestir, de utensilios, de las habilidades de unos y de otros… Y, por supuesto, de viajes, de desplazamientos por la selva o por los desiertos, del cruce de ríos y de montañas y de los encuentros con otras tribus a veces amables, otras complicados y tensos.

El viaje de Livingstone es largo. Parte de África del Sur, atraviesa el Kalahari, llega al río Zambeze y a las cataratas Victoria, alcanza Angola… Es una auténtica epopeya que narra con la distancia del científico y con el deseo de documentar su experiencia para dar noticia de ella a los demás. Riguroso, detallista y, visto con los ojos de hoy, ingenuo en su propósito espiritual de llevar la salvación a través de la Biblia, ofrece al lector la visión de un mundo nuevo. En todo caso, el relato de Livingstone es cautivador y descubre a quien lo lee la visión de un África virgen y también de una Europa atenta que ha empezado a dar los primeros pasos de la política colonial que marcará el desarrollo posterior de todo el continente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo he leido hace poco y es un poco espeso, pero una verdadera joya, igual que Ediciones del Viento, todo un descubrimiento.
Un saludo