viernes, 20 de marzo de 2009

Nieve de primavera

Yukio Mishima
Alianza, 2008
465 pp.








Publicado por María Castellanos

Un cambio radical y, para algunos traumático, es el que se produce en el Japón del siglo XIX con la era meiji. El país, encerrado como ninguno en sólidas tradiciones, abre la puerta a occidente y empieza a asimilar sus costumbres.

Botchan –ver en este mismo blog- constituye un relato jocoso de la vida en Japón cuando se está abriendo a la modernidad. Su autor no es agrio con los nuevos tiempos. Pero ha vivido en Inglaterra y recuerda su estancia entre los ingleses como los peores años de su vida.

La adaptación a los aires que soplan desde occidente no es fácil. Y no es que resulte para muchos incómoda. Es que representa la pérdida de la propia identidad. Es la descomposición de los cimientos sobre los que se sostiene el alma del país y, por consiguiente, se vive como una herida irreparable.

Nieve de Primavera es la novela que da comienzo a la tetralogía El mar de la fertilidad y a la que siguen Caballos desbocados, El Templo del Alba y La corrupción de un Ángel. Este conjunto de cuatro libros es considerado el testamento literario de Yukio Mishima y una fuerte crítica hacia un Japón que a sus ojos decaía y perdía la pureza, al dejar a un lado las costumbres que le eran propias y rendirse a las llegadas de Occidente.

Mishima es el gran referente de la novela japonesa. Lento en el fluir y minuciosamente descriptivo proyecta en su escritura la pausada sutileza que acompaña a toda expresión de cultura según la tradición del país. Tanta sensibilidad y discreción no debe desanimar al lector, que poco a poco cae, él mismo, cautivado por un relato que se sostiene en un mundo de metáforas y referencias simbólicas. Este Japón en vías de extinción se revela en una romántica y poética historia donde el amor se funde con la fatalidad del destino.

La novela se sitúa en el Tokio de 1912, en un medio próximo a la corte nipona donde el joven Kiyoakai, miembro de la noble familia de los Matsugae, vive su adolescencia y ve despertar turbulentos sentimientos hacia la bella Satoko. Sin embargo, Satoko, hija del Conde Ayakura, no parece compartir las inquietudes de su amigo de la infancia. Ante esta situación Kiyoaki se esfuerza por alejarse de la muchacha que continuamente le confunde y perturba, sembrando en él la desconfianza acerca de sus verdaderas intenciones. Cuando, en un arrebato de orgullo, Kiyoaki le hace llegar una carta comunicándole su deseo de no volver a verla, la joven recibe al mismo tiempo, de un destacado miembro de la familia imperial, una propuesta de matrimonio. Kiyoaki, a pesar de sus propósitos, no puede extinguir su amor por Satoko y todos sus esfuerzos se dirigirán a recuperarlo, aún a sabiendas de que su empeño conducirá a ambos hacia la destrucción.

Una corte de personajes acompaña a los dos protagonistas para componer la novela. Junto a ellos encontramos a Honda, el amigo fiel y testigo privilegiado de los acontecimientos de la vida de Kiyoakai, que trata de intervenir para ayudar a los jóvenes pero que pese a sus esfuerzos no logra evitar la destrucción del joven Kiyoakai. Honda finalmente no puede más que convertirse en un observador y es a través de su mirada cómo se vislumbran los hechos.

Aparece también en la novela un nutrido elenco de criados de turbio pasado, familias imperiales con obligaciones políticas, amigos fieles, santuarios y ritos, paseos en carruajes orientales, todo tipo de referencias al destino y sutiles metáforas y figuras simbólicas extraídas de la naturaleza (cerezos, nubes, insectos, alondras…).

La nieve y la primavera, presentes en toda la novela, salpican el relato y forman parte de este universo de símbolos con el que Mishima alude a la decadencia de su país: la nieve como representante de la pureza que sólo puede ser alcanzada a través del primer amor, de un amor adolescente que nace como la primavera, frágil y fugaz y por ello mismo irrepetible.

Nieve de Primavera traza el camino que conduce de la vida a la muerte. Una muerte por amor que preceden y que preparan los cambios del espíritu. El rapidísimo salto que da Japón para convertirse en el paradigma de la modernidad tiene en Nieve de Primavera la lectura dramática de quien contempla todo lo que se deja atrás y no siente pasión alguna por lo que viene. De quien se aferra a la riquísima cultura que desde tiempos ancestrales ha presidido todos los órdenes de la vida con tanta intensidad y que la venera con devoción y deleite.

Mishima llora el Japón que declina, pero el Japón de hoy sigue recibiendo de sus viejas tradiciones muchos de los rasgos que conforman su carácter. Por eso Nieve de primavera no sólo atraerá a los amantes de la novela sino a todos cuantos deseen acercarse al complejo país que es el Japón actual, tan opaco e incompresible al extranjero cuando desconoce sus profundas raíces.

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