domingo, 6 de marzo de 2011

Tren a Pakistán


Tren a Pakistán
Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 2011
247 pp.

Existen tantas Indias como escritores que escriben sobre el país. Khushwant Singh es casi un clásico. El tema que elige para su novela es el de una pequeña aldea, a orillas de un enorme río, pero sobre todo, a orillas de la vía del ferrocarril...


Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 2011
247 pp.





Existen tantas Indias como escritores que escriben sobre el país. Khushwant Singh es casi un clásico, reconocido como uno de los grandes escritores contemporáneos. Diplomático, político, educado en Inglaterra es un intelectual de enorme prestigio. Y es además un hombre de visión aguda capaz de tratar temas complicados con un trasfondo de humor que los convierte en humanos.

El tema que elige para su novela es el de una pequeña aldea, a orillas de un enorme río, pero sobre todo, a orillas de la vía del ferrocarril. El momento no puede ser más amenazador. Lo que cuenta ocurre cuando el país decide escindirse en dos para resolver el conflicto religioso que lo asola. Pakistán, recién creado, será el hogar de los musulmanes y la India el de los hindúes, los sijs y demás indios que profesan otras religiones. Es fácil de entender que el divorcio no es pacífico ni que la decisión de ir a él es resultado de un ejercicio teórico. Cuando se decide la separación es porque la convivencia se ha hecho insostenible y los atropellos de unas y otras comunidades sobre sus enemigas amenazan con incendiar el país y con hacerlo inviable al poco tiempo de su nacimiento.

El drama está servido y argumentos para el horror los hay de sobra. Pero Khushwant Singh no nos arrastra a la catástrofe sino a la vida de unos pocos vecinos enzarzados en su cotidianidad y rodeados de negros nubarrones que no impiden que los acontecimientos triviales de la convivencia sigan marcando relaciones y aventuras varias.

El universo aldeano en el que se mueve la novela permite dibujar una India abarcable para el lector. Tanto en personajes como en acontecimientos. Y permite dar colorido a cada incidente y a cada pieza de la narración deteniéndose en él y perfilándolo con precisión para traerlo a la vida. La agricultura, el río, el monzón construyen el espacio de esta India de campesinos modestos en la que conviven, todavía en paz, musulmanes, hindúes y sijs como han venido haciéndolo desde tiempo inmemorial. Los propietarios de las tierras –pequeños propietarios, por supuesto-, los aparceros, el imán de la pequeña mezquita y el encargado del templo sij, el recaudador de impuestos, el prestamista, incluso el maleante… todas las figuras desfilan en la narración y componen un relato próximo.

Pero no estamos ante una novela que calificaríamos de étnica. Porque la realidad exterior desborda el pequeño horizonte de la aldea. Justamente la poca distancia que la separa del ferrocarril y de la estación permite que por ella lleguen a la aldea reflejos del mundo exterior. Un mundo distinto y que no se rige ya por las costumbres ni por las fidelidades tejidas desde antiguo entre los vecinos. Un mundo lleno de malos augurios, incomprensible y revuelto.

A través del juez, de la policía y del ejército aparecen la administración y la cultura del orden y el rigor que aportaron los ingleses. Esa misma cultura que da lustre a los oficiales y a los funcionarios del Estado y que da pie a atropellos y a injusticias que Khushwant Singh resuelve con ironía, sin restarles importancia pero con la mirada pícara de quien prefiere dejar que el aroma del sainete matice la realidad y exprese esa sabiduría que bendice a las gentes viejas y sensatas. Ironía, picaresca, traición a los principios y, al final, desolación y drama componen esta imagen de la India sensible, emotiva y certera que muestra el duro sacrificio que imponen los demonios desatados del odio, del miedo y de la necesidad de venganza hacia los demás.

Tren a Pakistán es una emotiva novela que nos ayuda a comprender la riqueza y complejidad de la India, dice la contraportada del libro. Y es una magnífica historia cuya trama resuena todavía en el presente, que conserva vivo el odio entre comunidades y mantiene nuevas y viejas heridas abiertas con amenazadora actualidad.

No hay comentarios: