martes, 26 de julio de 2011

En mares salvajes. Un viaje al Ártico


En mares salvajes. Un viaje al Ártico
Javier Reverte
Plaza y Janés, 2011
448 pp.

El norte de Canadá, allí donde no hay prácticamente ciudades ni pueblos, donde el frío y la oscuridad reinan durante casi todo el año es el destino de un viaje que emprende en 2007 Javier Reverte...


Javier Reverte
Plaza y Janés, 2011
448 pp.







“Creo que nada hay más alejado de lo humano y más temible que este paisaje de los salvajes mares árticos. ¿Cómo los hombres se han atrevido a retar la ferocidad de un mundo tan inclemente?”

Son palabras de Javier Reverte que nos habla de un lugar desconocido para él hasta este momento y, seguramente, para la mayor parte de los lectores. El norte de Canadá, allí donde no hay prácticamente ciudades ni pueblos, donde el frío y la oscuridad reinan durante casi todo el año es el destino de un viaje que emprende en 2007 con objeto de recorrer en barco el paso que une por el mar ártico el Atlántico y el Pacífico.

Hemos leído de Javier Reverte las experiencias de sus viajes por África o por América, por desiertos, por paisajes de selva o a orillas del mar, pero casi siempre con la sensación de encontrarnos en lugares cálidos, o de estar en paisajes –como en el norte de América- donde el frío alimenta a la naturaleza y la convierte en el reino de bosques espléndidos. Pero ahora es justamente el contraste con con esos mundos dominados por el calor o por la vitalidad de la naturaleza lo que sorprende a Reverte cuando tropieza con la literatura que habla del ártico y se deja tentar por la curiosidad.

Un mundo totalmente distinto del habitual, riguroso en extremo, sin concesión a nada que favorezca a la vida es el que se encuentra cerca del polo. Y es el que decide visitar el autor contratando un pasaje en un barco que atraviesa de este a oeste por el laberinto de islas que compone la costa norte de Canadá.

Pero Reverte sabe que el trayecto que hace el buque ruso en el que se embarca, además de brutal por lo que a paisajes y condiciones climáticas se refiere, lleva a sus espaldas una larga historia de exploraciones casi todas con final trágico. Aventuras dramáticas que forman también parte de ese paisaje real y de la desolación que lo acompañan. Y por ello lo que nos cuenta en su libro son en realidad dos relatos que discurren en paralelo: el de su viaje hoy con sus sensaciones, con sus experiencias inmediatas y con la noticia de cuanto ve por los lugares por donde transita y las expediciones anteriores, durísimas, emprendidas con el objetivo de explorar espacios que la naturaleza situaba en el dominio de lo prohibido.

Javier Reverte es un excelente narrador y domina el oficio de contar sus viajes. Su relato de este Canadá que el clima sitúa más allá de la frontera, brumoso, desértico y frío, del que prácticamente no hay noticias porque prácticamente tampoco hay ni población ni facilidades que inviten a visitarlo es revelador de un mundo desconocido. Desconocido y en buena parte artificial porque aprendemos, leyendo a Reverte, que incluso los inuit, los habitantes indígenas, ocupan esas tierras como resultado de una repoblación moderna porque o no sobrevivieron o abandonaron los territorios inhóspitos donde vivieron en el pasado tan pronto tuvieron la ocasión de instalarse en lugares más benévolos.

Pero a este abandono, le correspondió en sentido contrario el interés de Europa por colonizar el lugar y abrir rutas que comunicaran por el norte el Atlántico con Oriente. La competencia con Portugal y con España primero y el temor a la expansión rusa siglos después movió sobre todo a Inglaterra a la conquista de rutas marítimas en aguas polares. Una tras otra, desde el siglo XVI se fueron sucediendo expediciones en busca de un paso navegable. Y una tras otra las tierras árticas fueron devolviendo a los marineros convertidos en héroes o fracasados pero siempre derrotados en el intento de atravesar un mundo hecho de hielo y sufrimiento. La narración de Reverte es en alguna medida la de la historia de la navegación. Una historia concentrada en un espacio pequeño y condensada en sus dificultades y rigores por el frío extraordinario y por la hostilidad y la peligrosidad del entorno.

El lector cree descubrir a través de Reverte una hazaña en la tierra parecida a lo que es hoy la aventura espacial. Porque la aventura en el Ártico suponía abandonar el mundo civilizado y lanzarse a un viaje que podía durar dos, tres o cuatro años, sin contacto con el resto del mundo, sin posibilidad de hacerse con provisiones con las que sobrevivir, sujeto a condiciones imprevisibles y donde un error de cálculo resultaba en muchas ocasiones fatal. El éxito en adentrarse por canales y estrechos para cartografiar el territorio y ayudar a los componentes de la siguiente expedición a avanzar aún más lejos, se convertía en una trampa si llegaba el frío y durante años no se producía el deshielo que permitía regresar o seguir adelante. Los osos, los indígenas, el frío, el temible escorbuto o simplemente el hambre diezmaba expediciones que regresaban con noticias de nuevos descubrimientos o que se perdían para siempre entre los hielos.

Relato terrible a veces, novedoso otras y muy interesante siempre es el que compone Javier Reverte en este último libro. Los aficionados a la literatura de viajes lo leerán con deleite, quienes deseen conocer una historia poco divulgada también, quienes se dejen seducir por las grandes hazañas y por la aventura del conocimiento de un mundo tan diverso como el nuestro lo disfrutarán, sin duda. En definitiva, quien quiera pasar un buen rato leyendo sobre viajes pasados y presentes tendrá la ocasión de hacerlo con este libro tan bien documentado como ameno.

Leer más…

lunes, 18 de julio de 2011

La habitación muda


La habitación muda
Herbjorg Wassmo
Nórdica libros, 2011
388 pp.

Asociamos a los países nórdicos la idea de bienestar. De bienestar económico, de progreso y de abundancia. Y sin embargo, si esto puede tener que ver con la realidad de hoy, no parece que haya sido la tónica hasta épocas recientes. Fuera de las ciudades, en los años cincuenta y sesenta la vida era miserable...

Herbjorg Wassmo
Nórdica libros, 2011
388 pp.





Asociamos a los países nórdicos la idea de bienestar. De bienestar económico, de progreso y de abundancia. Y sin embargo, si esto puede tener que ver con la realidad de hoy, no parece que haya sido la tónica hasta épocas recientes. Fuera de las ciudades, en los años cincuenta y sesenta la vida era miserable, además de extremadamente dura. El clima, inhóspito la mayor parte del año, sin concesión alguna al bienestar, marcaba al mismo tiempo a las personas y a sus relaciones con los vecinos, frías y contenidas como si hubiera que ahorrar también en ellas la escasa energía disponible para mantenerse en vida.

Herbjorg Wassmo sitúa su libro en un pequeño pueblo de pescadores perdido en alguna de las islas que componen las Lofoten. Frente al desdentado perfil del litoral noruego, un pequeño mundo lleva su vida con independencia de cuanto le rodea. Las noticias que llegan por la radio o por los periódicos que descarga en el muelle el barco que sirve de correo son el único contacto con el mundo exterior, que habla de la guerra fría y que se percibe ajeno y amenazador.

Aunque las amenazas están en casa. Están, como en cualquier parte, en los episodios de la vida cotidiana, en las inseguridades que arrastra el propio carácter, en los peligros que encierra la naturaleza, en los enfrentamientos declarados o sordos con los vecinos, en el miedo a lo que pueda ocurrir, en los proyectos inciertos, en sentimientos oscuros…

Es el universo de una niña el que centra el desarrollo del libro. Un libro, el segundo, de una trilogía que recorre la historia de Tora y que nos habla ahora de cuando está a punto de convertirse en una adolescente. Por supuesto, no es una niña con una personalidad y con una vida a la que estemos acostumbrados. Su entorno es difícil y sus responsabilidades grandes. En buena medida su mundo es el de los adultos porque el entorno en el que vive no se anda con sutilezas infantiles y el aislamiento obliga a disponer de autonomía casi con tanta urgencia como a aprender a caminar.

Hay en la narración de Wassmo un resabio de novela negra que llega al lector por el tono de melancolía que envuelve el ambiente, por el sabor a desesperanza que impregna el discurrir de los días, por el peso de sentimientos ocultos que como el viento helado o la falta de sol enfrían el calor de la vida sin apagar los rescoldos que la alimentan.

El relato de Wassmo es magistral. Dice la contraportada del libro que se lee como un thriller. Y es que, efectivamente, capta la atención del lector que, atrapado él mismo en ese pueblo y en esa isla de los que no se da tan siquiera el nombre, necesita conocer un poco más de la historia que sigue sin desvelarse y que obliga a seguir el hilo hasta el final.

Una lista de premios importantes reconoce la calidad de la obra de Wassmo y más concretamente de La habitación muda y del primero de los volúmenes de la trilogía: La casa del mirador ciego (el tercero está a punto de publicarse en español). Quien desee asomarse a un mundo diferente, conocer una Noruega distinta de la que aparece hoy en folletos y noticias, y disfrutar de una novela espléndida encontrará en La habitación muda la mejor ocasión para hacerlo.

Leer más…

lunes, 11 de julio de 2011

La máscara de África. Un viaje por las creencias africanas


La máscara de África
V.V. Naipaul
Mondadori, 2011
271 pp.

¿Y si hiciéramos un esfuerzo por comprender África? Su pasado tribal, con reinos e imperios indígenas, el encuentro con los primeros europeos y con los comerciantes árabes, la tragedia de la esclavitud, la época colonial ...


V.V. Naipaul
Mondadori, 2011
271 pp.






¿Y si hiciéramos un esfuerzo por comprender África? Su pasado tribal, con reinos e imperios indígenas, el encuentro con los primeros europeos y con los comerciantes árabes, la tragedia de la esclavitud, la época colonial y la de la independencia van marcando etapas que nos acercan al presente y que nos llevan a sociedades modernas, a su modo, que conocemos relativamente bien. O que creemos conocer hasta que la lectura del libro de Naipaul nos abre un espacio totalmente nuevo con el que no contábamos. El de las creencias tradicionales, que suponíamos recluidas en el mundo residual de la superstición y que atribuíamos a un resto de ignorancia que la educación y el camino hacia la modernidad estaba convirtiendo en insignificante.

Naipaul está familiarizado con África. Había vivido, hace más de cuarenta años, en Uganda y recorrido, en esa época, distintos países. Y había escrito su novela Un recodo en el río, a todas luces magnífica. Pero su interés abandona ahora la superficie de la que se acostumbra a hablar cuando se hace referencia a la realidad africana y desciende a las profundidades del alma. Nos lo cuenta él mismo:

“Para mis libros de viajes viajo alrededor de un tema. Y el tema de La máscara de África son las creencias africanas. Comienzo en Uganda, en el centro del continente, voy a Ghana, y a Nigeria, a Costa de Marfíl y a Gabón y acabo en el exremo meridional, en Suráfrica. Mi tema son las creencias, no la vida política o económica”. Y este tema nos enfrenta a los lectores a importantes sorpresas.

La realidad africana se muestra a través de Naipaul impregnada por un modo de ver el mundo ligado a la naturaleza y a las fuerzas primordiales que la tradición imaginó para que las gentes pudieran relacionarse con ella y supieran contener su poder. ¿Cómo podría haber desaparecido un universo entero de creencias en el curso de unas pocas generaciones? Hubiera resultado imposible y por ello tampoco debe sorprender el panorama que se desvela cuando salen a la luz concepciones, prácticas y personas envueltas en un mundo espiritual del que habíamos perdido el rastro y que aparece vivo y plenamente vigente al día de hoy.

La naturaleza, y más concretamente la selva, los grandes ríos y los animales que los pueblan, es la madre de la espiritualidad africana. Y es la materia sobre la que se escribe el relato de una cultura oral, que no conoce de libros ni de monumentos construidos para la eternidad. En África es la vida y su realidad efímera la que marca la esencia de los dioses y de todo lo sagrado. Y lo sigue marcando para los africanos aunque los extranjeros sean incapaces verlo. Los santuarios existen todavía y continúan concentrando la energía de espíritus y de fuerzas que solo los iniciados en las creencias tradicionales pueden reconocer. Y estos iniciados son muchos porque han heredado a través de sus familias la fidelidad a las viejas creencias que siguen siendo sus guías hasta hoy.

“El punto más sacro está en lo alto de la catarata. El espíritu del lugar habita allí y hay una historia tribal que explica el por qué. Allí las aguas arrastran los maleficios. Sin embargo hay que ir descalzo en señal de respeto por un lugar sagrado y lavarse la cara y las manos nueve veces”. La descripción no es la de un explorador del siglo XIX. Corresponde al día de hoy. Como corresponde al día de hoy la existencia de brujos y de sacerdotes a los que la gente acude.

¿Qué clase de gente? Los mismos políticos que se desplazan en limusina y dirigen los gobiernos, los militares que dan golpes de estado y que reclaman la fuerza que los aleje de sus enemigos, los profesionales que trabajan para empresas extranjeras o los altos funcionarios. Personas a caballo entre dos universos y que sufren porque ven en riesgo sus creencias ante la invasión que supone el mundo moderno con el que es difícil competir. “Nosotros tenemos brujas que vuelan por el aire, pero cuando vimos los aviones empezamos a aborrecer lo que era nuestra cultura” se duele una de las personas con las que habla Naipaul.

La pérdida lenta pero inexorable de las creencias tradicionales es para algunos un retroceso porque vivir en África obliga a conectar con sus raíces. Y porque la vieja tradición contiene conocimientos poderosos que ayudan a la vida en un continente donde abundan los peligros. Pero hay un lado oscuro también donde la magia se desliza hacia ritos sangrientos que exigen la muerte de animales y de personas. La energía que alimenta a los vivos obliga a prácticas todavía vigentes que consisten en quitarla a unos para trasvasarla a otros. Por supuesto se trata de prácticas prohibidas, pero suficientemente extendidas como para que en determinadas circunstancias haya que recoger a los niños en casa y evitar que salgan a la calle de donde podrían desaparecer. Un lado oscuro y terrible acompaña a estas creencias que nacieron de la selva y que conectan el mundo de los vivos y el de los muertos con pasmosa naturalidad.

Naipaul bucea en el mundo poco visible de las creencias. No le es fácil hacerlo. No siempre aquellos con los que habla son claros en su expresión ni tampoco el autor se siente con ánimos de forzar el diálogo. Escucha, se deja llevar, pregunta y trata de leer entre líneas en lo que le cuentan sus interlocutores. La máscara de África es un libro inquietante e irregular en su intensidad y en la naturaleza de sus contenidos. Enfrenta al lector a un mundo desconocido, sujeto a otras reglas, nacido de una cultura de orígenes distintos. Pero le descubre una realidad a la que no habría que cerrar los ojos, que está ahí y que seguramente le ha pasado desapercibida. Nos habla de una dimensión de África distinta, insondable de alguna manera y que resulta imprescindible para quien quiera conocer un poco mejor el continente.

Leer más…

lunes, 4 de julio de 2011

Latidos de África. Viaje por los corazones de un continente


Latidos de África
Antonio Picazo
Desnivel, 2011
304 pp.

Hacer poesía con el retrete más apestoso que pueda hallarse en una habitación de hotel en toda África y salir airoso de ello(...)es tener una habilidad innata para sacarle punta a las situaciones en las que otros hubiéramos salido corriendo ...



Antonio Picazo
Desnivel, 2011
304 pp.





Publicado por Pablo Strubell

Hacer poesía con el retrete más infecto y apestoso que pueda hallarse en una habitación de hotel en toda África y salir airoso de ello no está al alcance de muchos escritores. Llegar a describir lo encontrado en aquel antro como “bellas estelas de vieja y guanera inspiración (…) salpicadas como a soplillo desde los finales de los vientres de un colectivo artístico” es tener una habilidad innata para sacarle punta a las situaciones en las que otros hubiéramos salido corriendo en dirección opuesta. Esa es la especialidad del atípico autor Antonio Picazo y que, para entretenimiento del lector, estará presente a lo largo de todo su libro Latidos de África.

Sin embargo, esta visión morbosa y escatológica resulta anecdótica y, lejos de tomar ese provocador y fácil camino, su mirada ácida e irónica y pluma ágil e ingeniosa, nos regala párrafos de gran estilo y soberbia literaria. Describir la desidia de una comisaría como “(…) unos pocos policías blancos amasan rutina con bostezos y tal mezcla de tedio la van extendiendo como una oblea sobre el mostrador de atención al personal abatido” es magistral. Y como ésta, muchas otras perlas siembran las 302 páginas del libro.

Escrito con humildad y autocrítica (“allí nos quedamos…pasmados en la madrugada como dos gilipollas ventilando los gayumbos al relente del trópico”), el libro empieza con una situación que otros autores más vanidosos hubieran obviado: recién llegados a Johannesburgo él y sus tres amigos son desplumados al pisar el centro de la ciudad. Es el inicio de un libro compuesto de varios viajes que nos llevan por Sudáfrica y Botsuana, que centran el primer capitulo; Etiopía, en dos diferentes momentos, el segundo; Mozambique el tercero y Níger, finalmente, el cuarto.

Lógicamente, se intuyen conforme avanza la lectura los países que más disfrutó el autor. Picazo goza con el mano a mano, con del contacto de la gente y, en sus primeras andanzas, sus compañeros de viaje toman demasiado protagonismo. Es más adelante, cuando recorre la costa del índico o cuando repite en Etiopía, cuando su instinto viajero sale a relucir, para mayor disfrute del lector. Participando en celebraciones, recorriendo pequeños pueblos, acercándose a etnias remotas y, sobretodo, enfrentado a algunas situaciones tan habituales en ese continente es cuando el autor saca su mejor prosa y agudeza y cuando disfrutamos más del estilo personal del autor. “Cuando África se coloca del derecho es aún más chocante que cuando lo hace del revés” afirma, con toda razón.

Picazo no es un viajero al uso. Ni uno políticamente correcto. Obligará al lector a posicionarle, a juzgarle a él y a muchas otras situaciones. Como cuando para evitar pagar las entradas a los parques naturales se cuelan en el maletero del coche; o cuando poco después se dedican a molestar persiguiendo a los animales… Pero también nos planta frente a situaciones claramente africanas sobre las que reflexionar: las constantes peticiones de dinero o de ayuda; la visión paternalista del blanco; la desconfianza mutua; los estereotipos del blanco frente al negro (y viceversa); a la visión del Otro como elemento meramente turístico y, por lo tanto, fotografiable y mercantilizable. En suma, al África más actual.

Picazo es viajero desde que muchos de nosotros aún no habíamos nacido. Desde entonces publica regularmente en las mejores revistas de viajes (ganó allá por 1986 en Premio Nacional de Periodismo Don Quijote para reportaje de viajes) y ha escrito varios libros, entre los que destacan Viaje a las fuentes del sol (Ed. Sirpus, 2008) de sus amplios recorridos por Asia y Un viaje lleno de mundos (Ed. Entrelíneas, 2003) de sus aventuras por América.

Como aspectos menores en Latidos de África cabría mencionar que se echa en falta un mapa que ilustre y sitúe la narración. También, en algunas ocasiones, párrafos más cortos, con frases más limitadas en extensión. Y, tal vez, algunos diálogos, que agilizarían la lectura. Pero esto también forma parte de la impronta que Picazo otorga a sus libros y ahí ya corresponde a cada lector decidir si entra o no en el juego y estilo que el autor propone.

Leer más…