lunes, 12 de diciembre de 2011

Un crimen en Calcuta

Un crimen en Calcuta

Paul Theroux
Alfaguara, 2011
362 pp.

Cadáveres, sacrificios en templos, prostitución... dan vida a una Calcuta teatral, bastante de opereta, pero que divertirá al lector, que pasará un buen rato entretenido con la novela.



Paul Theroux
Alfaguara, 2011
362 pp.





Hay un punto de desconcierto con la lectura de Un crimen en Calcuta. Se diría que Theroux hace en su novela un ejercicio de estilo y se propone un juego con el lector. Un juego que irá desgranando a lo largo de las páginas del libro y que administrará mediante situaciones inverosímiles que cualquiera consideraría torpes si no vinieran de un autor avezado y con muchas horas de vuelo.

Aparece en la trama un recurso a espejos y a reflejos en el que queda patente la ironía sobre la que discurre la novela. Todo gira en torno a un escritor, de viajes por más señas, relativamente famoso, harto de ir de un sitio a otro y al que Theroux vapulea. Cansado de dar conferencias y de soportar a sus lectores, aburrido y, más que en la madurez de la vida, a punto de ser vencido por la edad, en el declive inevitable que acompaña al paso de los años.

¿Es el propio Theroux, que se maltrata y juguetea consigo mismo? No. Pero el lector –y el autor lo sabe- no puede sustraerse a la idea y tendrá en más de una ocasión presente esta posibilidad.

El título del libro habla ya de intriga. Un crimen en Calcuta nos devuelve al Theroux de La calle de la Media Luna. Pero entre un libro y otro ha pasado una eternidad y Theroux ha bajado sus exigencias. Se ha propuesto divertirse a costa de conceder un respiro a la tensión narrativa y de rozar el tono de la caricatura en esta incursión en el género negro.

El arranque de la novela da la impresión de un ejercicio de manual cuyas claves conoce el lector después de leer los clásicos del género. Sólo hay que sustituir San Francisco o Los Ángeles por Calcuta, al detective hundido en la miseria por nuestro escritor sin ideas sobre las que escribir y la cochambrosa oficina en un edificio de mala muerte por una habitación de hotel de segunda sin gracia ni interés ninguno. Y como mandan los cánones aparece inesperadamente un encargo que más que una investigación es un embrollo detrás del que hay una atractiva y misteriosa mujer.

La intriga está servida en un escenario donde se mezclan indios y norteamericanos y cuyos decorados son las calles de esta ciudad oscura y misteriosa también que un extranjero no llega a conocer jamás. Por supuesto, el tono de la novela obliga a presentar una Calcuta melancólica y a menudo despreciable. “Calcuta estaba toscamente enyesada y pintada de mala manera, las columnas corintias, los capiteles jónicos, las balaustradas curvas, los pórticos y mucho de lo que parecía mármol era en realidad madera pintada de blanco. No era hermosa…” Y para alimentar a la maldad, que siempre hay detrás de la novela negra, los personajes que desfilan en primer o en último plano son gente en los que desconfiar. Los indios con su formalismo engañoso, su apariencia y nada más que apariencia servil, su incierta espiritualidad, su moralidad sospechosa de pactar con la realidad más reprobable no salen tampoco bien parados.

La novela negra es lo que tiene y Theroux se aplica a ella respetando las normas al uso de principio a fin. Seguramente, una reflexión más elaborada que la que haría el detective de turno es lo que da a Un crimen en Calcuta un aire más literario. Una reflexión sobre el escritor, la inspiración, la soledad, el amor y numerosas generalidades más … que diluye el discurrir de la intriga en muchas partes del libro y se detiene en el discurso filosófico de nuestro casi siempre atormentado escritor.

Después de tanta literatura sobre la India -una de corte más social, otra de intensa actualidad, otra de pura ficción- la incursión de un escritor occidental, famoso por más señas como es Theroux, en el género de la novela negra y sin grandes preocupaciones es una novedad y tiene su indudable atractivo. Cadáveres, sacrificios en templos, prostitución, escenas de erotismo subido, personajes peligrosos, mendigos, viajes nocturnos en tren …  son las piezas que dan vida a la novela, lo mismo que la ciudad de Calcuta, presente todo el tiempo, a lo largo de la acción. Una Calcuta teatral, bastante de opereta, pero que divertirá al lector, que pasará un buen rato entretenido con la novela.

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