martes, 30 de octubre de 2012

Hacia el trono de los dioses. Por los caminos y senderos de Afganistán, la India y el Tíbet




Herbert Tichy
Altair, 2012
280 pp.





Literatura de viajes cien por cien, ágil, entretenida sin lugar a dudas, fresca, interesante todo el tiempo... Todo esto, y más, nos ofrece Hacia el trono de los dioses, un nuevo título de la colección Heterodoxos, que nos tiene acostumbrados, ya, a textos de lectura grata y siempre recomendables.

¿Y cuál es el secreto de este nuevo libro, escrito hace muchos años y que podría ser uno más de los que escribieron los viajeros en el primer tercio del siglo XX para contar sus aventuras por el Oriente exótico? Pues el primero de estos secretos es sin duda la juventud del autor que comunica al texto arrojo, ganas de conocer mundo, capacidad de sacrificio ilusionada y sin queja, e ingenio para moverse a lo largo del viaje y para contarlo al regreso.

Llama la atención lo actual que resulta este Hacia el trono de los dioses que cumplirá antes de que pase mucho tiempo un siglo. Herbert Tichy tiene veintitrés años y acaba de terminar la universidad cuando decide salir de Viena. “Comprendí -nos cuenta- lo absurdo de limitarme a soñar constantemente en las maravillas de las tierras remotas: debía vivirlas”. Pero como cualquier joven necesita financiación y es consciente de que la edad no lo ayuda, de modo que tiene que sacarse de la manga un proyecto académico por un lado, periodístico por otro y aventurero por el de más allá, que le permita juntar el dinero y conseguir una moto que los fabricantes austriacos Puch ponen a su disposición después de modificarla adecuadamente para afrontar las penalidades del viaje.

La pasión juvenil de Tichy derriba las barreras de entrada. Y pone una sonrisa a los duros sacrificios que debe afrontar con los calores agobiantes del monzón y con los fríos heladores de las alturas en el Tíbet. La juventud allana los caminos con buen humor.

Pero el autor -y es el segundo de los secretos del libro- además de joven se muestra sorprendentemente culto, reflexivo y también 'largo' en sus consideraciones. Juega con el lector y se ríe de los libros que otros autores han escrito contando tremendas aventuras tal y como se espera de quien visita los lugares más exóticos. A pesar de que huye de las exageraciones hace un guiño de advertencia y avisa: “Este es un libro de aventuras en tierras remotas y yo me siento obligado a contar algo emocionante y si es posible truculento”. No hay que defraudar al lector, que espera escuchar del viajero grandes portentos.

La realidad es que Herbert Tichy evita ambas amenazas y traza un relato pegado a tierra donde trata temas que hoy nos resultan actuales y sobre los que Tichy nos da pistas desde su atalaya situada en los años treinta. Nos habla de la situación en Turquía, Irán y Afganistán y de las oportunidades distintas de progreso de los tres países. Nos habla de sus dirigentes convencidos de que hay que modernizar sus países, pero atados por el peso de las tradiciones poco compatibles con los cambios. Comenta la mala imagen que para los de fuera tienen los afganos, a quienes se atribuye un indómito carácter y que él, a través de su experiencia como viajero solitario, encuentra hospitalarios y amistosos a pesar de su aspecto fiero y de sus rudas costumbres. Describe el paso Khyber fuertemente protegido por fortines y alambradas electrificadas por el que hay que moverse en caravana, en un relato que resulta un antecedente del mismo paso estratégico que recorren hoy con protección los camiones aliados que hacen la ruta desde Pakistán a Afganistán. Como se refiere también a la pobre condición de las masas de obreros industriales maltratados por sus empleadores, pero objeto de programas por parte de las instituciones del gobierno indio para alojarlos de acuerdo con los parámetros de una sociedad avanzada.

Pero si la perspectiva social o la política asoma en la narración del viaje, la aventura está también presente y muestra que el recorrido de Tichy es casi una epopeya. Tras la sonriente Birmania, nuestro hombre viaja al Tíbet como un peregrino para alcanzar el sagrado monte Kaylash. Con poquísimos medios y envuelto en toda clase de penalidades efectúa a pie un largo recorrido por las tierras del Himalaya por caminos difíciles y casi inexplorados hasta el momento por los viajeros occidentales que le permiten conocer las tribus perdidas en las montañas, la vida en los lugares más extremos y la devoción más sentida de la infinidad de peregrinos dispuestos a encontrar a sus dioses en las cumbres heladas de la gran cordillera.

Variado y agudo, Hacia el trono de los dioses se convierte para el propio lector en una aventura por la India, por tierras de lo que hoy es Pakistán y Cachemira, por Afganistán, Birmania y Tíbet. Resulta un gran viaje, animado y animoso, al que la colección Heterodoxos de Altair nos invita y que merece la pena aprovechar.

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sábado, 20 de octubre de 2012

Día de visita. Fantasmas depravados, gatos de amor y otros secretos de una cárcel de mujeres





Marco Avilés
Libros del K.O., 2012
187 pp.





Viajar supone moverse. El espacio es fundamental. Por ello, si hablamos de literatura de viajes, puede sorprender un libro como Día de visita que transcurre en una cárcel. De la primera a la última página el relato tiene como protagonistas a mujeres encerradas en la cárcel de Santa Mónica, en Lima. Pero ¿quién ha dicho que un penal no refleje el mundo que hay fuera? ¿Quién puede asegurar que la vida en él no sea una réplica de la que transcurre en su exterior, destacando rasgos que pasan desapercibidos para quienes viven fuera de sus muros y que en su interior se hacen visibles porque la vida es distinta y cambia las sensibilidades?

Marco Aviles, el autor, viene de la escuela del periodismo. Pero se aparta del oficio para entrevistarse, a lo largo del tiempo, con una serie de mujeres encarceladas y para contar sus vidas. Porque en Santa Mónica hay vida. Hay penadas, cada una con su historia pasada, pero sobre todo con una historia presente que muestra que no se detiene la vida. En este caso, una vida asentada en el Perú, donde todo transcurre y donde se materializan ilusiones, deseos, afectos, proyectos y también sufrimientos.

La vida en Santa Mónica es para muchas reclusas como un viaje. Es un paréntesis en el tiempo donde todas viven en un lugar que no les corresponde, lejos de de su ciudad, de sus familias, del entorno que conocen. Pero por ello mismo abierto a aventuras nuevas, a transgresiones, a comportamientos que la necesidad de adaptación pone en bandeja como medio para sobrevivir.

A través de cada una de las reclusas con las que habla y de las que habla Marco Avilés se vislumbra un pedazo de realidad. Pero lo mismo que ocurre en el viaje real, cuando se empieza a hablar el otro deja de ser el extranjero para convertirse en humano -casi en hermano. Nada hay en las mujeres que se expresan a través de Avilés de ajeno o de terrible. En todos los casos aparece una persona que cuenta su vida, su realidad.

Los días de visita en el penal son los días-río que aportan el agua a la vida que discurre en la cárcel. Son los días que tiene Avilés para hablar con las mujeres a las que pregunta, por las que se interesa y a las que pide que le escriban acerca de sus vidas y de sus circunstancias. Aunque, sobre todo, son los días en que entran las visitas, las visitas de hombres, porque en los días de visita de mujeres Avilés no está. Y los hombres, en la cárcel, son mas que nada los maridos, los novios y los amantes. Y también algunos que no son nada de eso pero que van a probar fortuna con las mujeres por aquello de ver si con pequeños regalos y zalemas resulta algún amorío. Porque la necesidad de afecto, la falta de maridos, la vida exclusivamente entre mujeres es lo que más desquicia a las internas en Santa Mónica y lo que convierte los dias de visita en una feria con destellos de luz y también de profundo desencanto.

Sobre todo Perú, pero también Sudamérica entera, asoman tras los muros de Santa Mónica. El tráfico de drogas está detrás de demasiadas de las historias que recoge Marco Avilés y tras él la necesidad de dinero en una sociedad con amplias capas de población sometidas a una vida difícil y presas fáciles para el arriesgado negocio de hacer de soldados de a pie de las organizaciones que se dedican al tráfico.

Día de visita no es un libro estremecedor porque Marco Avilés consigue convertirlo en un relato humano. No hay aleccionamiento moral de ninguna clase en él, sólo una voz -o muchas voces, cada una en su momento- y la mirada del autor que dibuja el entorno y termina de pintar el cuadro que la protagonista en cada caso ha dibujado solamente marcando las líneas maestras.

Día de visita se lee muy bien. Es, sin duda un libro insólito. Representa una mirada diferente sobre una sociedad y es una llamada a favor de las mujeres. Es un libro más que recomendable para quien quiera, acercarse desde un punto de vista ‘excéntrico’ a Perú, pero sobre todo para quien desee conocer mejor el mundo en que vivimos desde una de sus partes: desde esta extraña periferia que es la cárcel.

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lunes, 15 de octubre de 2012

Diario de Rusia

Diario de Rusia

John Steinbeck y fotografías de Robert Capa
Capitán Swing, 2012
235 pp
Al final de la Segunda Guerra Mundial Steinbeck decidió viajar a Rusia no para hablar de política, sino para hablar de personas y de la vida día a día....



John Steinbeck y fotografías de Robert Capa
Capitán Swing, 2012
235 pp





No está mal la idea de acercarse a la Rusia de hoy dando un salto atrás para saber de donde viene. Para conocer cómo era el país hace bien pocos años, porque la política ha condicionado la información y la propaganda de un lado y del otro acabó por crear una imagen confusa e interesada.

Algo parecido es lo que debió pensar Steinbeck cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial decidió viajar a Rusia para contar cómo era el país y cómo era la gente. No para hablar de política, sino para hablar de personas y de la vida en el día a día.

Cuenta que la gran diferencia entre los escritores soviéticos y los americanos o los ingleses estaba en que los primeros debían apoyar al gobierno para que prosperara la revolución, mientras que los segundos debían vigilar al gobierno para evitar que el poder acabara perjudicando a la sociedad a la que debía servir.

Esta sospecha frente al poder es la que lleva a Steinbeck a querer conocer de primera mano esta sociedad soviética en la que los americanos veían al auténtico demonio. Y es la que le lleva a escribir el libro menos literario de su carrera porque más que a la razón se atiene a la descripción de los hechos, lugares y situaciones tratando de evitar las disgresiones que hubieran sido la salsa pero que hubieran quitado la neutralidad que deseaba.

Poco literario es efectivamente este viaje a Rusia, pero animado e interesante lo es sin ninguna duda. Y a ello contribuyen dos cosas. Una es la compañía de Capra el legendario fotógrafo que ha estado en la guerra de España, que ha cubierto todos los frentes y que ahora se apunta también a conocer la Rusia de Stalin. Y la otra, esa manera de Steinbeck juvenil y desenfadada, crítica consigo mismo, que le hace lamentarse con humor de sus propias desgracias y que parece más propia de un escritor principiante que de un autor consagrado que recibiría el Nobel poco tiempo después.

Con buen humor y dispuestos a la aventura se enfrentan Steinbeck y Capa a un viaje por la Rusia comunista, un país en situación precaria por su régimen político cuya burocracia lo organiza todo y dificulta muchas cosas también y por el tremendo destrozo de una guerra que ha diezmado a su población y se ha cebado en la destrucción del campo y de las ciudades.

Moscú, Stalingrado, Kiev, Tbilisi forman parte de las etapas que componen el viaje y de esa panorámica que pretende ser un resumen de la vida en Rusia. Cada lugar es distinto porque las gentes son distintas y viven de manera diferente en cada uno de ellos. Moscú es fría, la gente seria y resulta difícil encontrar una sonrisa. Stalingrado ha sido el escenario de una dramática resistencia frente a los alemanes y muestra la vida sorprendente de los habitantes que viven aún entre ruinas y salen de los mismos refugios que los protegían de las bombas para ir ahora a sus trabajos instalados en una aparente normalidad. Kiev, destruida también con una crueldad que sorprende a nuestro autor tiene sin embargo la alegría de la gente meridional, con vestidos de colores en las calles y una cordialidad en los hombres y en las familias desconocida en las gentes del norte. Y Tbilisi y Georgia entera descubren otra parte del país, marcada por tradiciones distintas, por un profundo respeto hacia la poesía, por la fama de gente indomable y de hombres seductores como sólo podían surgir en las confusas tierras del Cáucaso, en el confín de las fronteras al borde del mar Negro.

La Rusia de que nos habla Steinbeck no es, por supuesto, la Rusia que encontraríamos hoy. Es la de una generación anterior, pero es la que ha alumbrado el país que ahora vemos y la que da las claves de mucho de lo que nos sorprende hoy.

La lectura de este Diario de Rusia ayudará a situarnos en el pasado y el presente y será en muchas cosas aleccionadora. Además, y a pesar de su ‘ligereza’ literaria, será también una lectura enormemente entretenida que ofrecerá la oportunidad de curiosear en algunas fotografías de Capa que ilustran el libro y la vida de la gente de la que Steinbeck habla.

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lunes, 8 de octubre de 2012

Bizancio y Venecia. Historia de un Imperio

Bizancio y Venecia. Historia de un Imperio

Giorgio Ravegnani
Antonio Machado, 2012
278 pp
¿cuál es el misterio que se esconde Venecia para conseguir llegar a ser lo que fue, para mantener su prosperidad durante tanto tiempo?...



Giorgio Ravegnani
Antonio Machado, 2012
278 pp





Venecia, la república de comerciantes, rica, rodeada de lagunas y plagada de palacios forma parte de esas maravillas que nos ha dejado el pasado. Pero ¿cuál es el misterio que se esconde tras ella para conseguir llegar a ser lo que fue, para mantener su prosperidad durante tanto tiempo? ¿Por qué su magnífica catedral de San Marcos está rematada por cúpulas de apariencia oriental, por qué sus mosaicos respiran los aires de una tradición bizantina o ese león alado que ha sido su enseña y mira más a Oriente que a Occidente?

Venecia es una excepción entre los estados de su entorno y buena parte de esta excepción viene determinada porque su historia aparece ligada al imperio bizantino con una intensidad que no ha tenido parecido en ningún otro reino o república del Mediterráneo.

Bizancio y Venecia nos habla de ello en un detallado repaso de los acontecimientos que sucedieron desde la caída del Imperio Romano hasta la de Constantinopla y que nos muestran a Venecia como un estado cuyas políticas desbordaron con mucho el marco de la ciudad y se extendieron al conjunto del Mediterráneo. Milagro no hubo ninguno para explicar el éxito de la república veneciana, más bien al contrario. Lo que hubo fue una interminable sucesión de movimientos para asegurar su supremacía comercial y para convertirse en una auténtica potencia marítima.

Con la mirada puesta en Roma, el occidente mediterráneo perdió de vista este gran imperio que fue el bizantino y que se mantuvo hasta el siglo XV. Venecia, en cambio lo tuvo siempre presente y estableció con él una alianza que duró siglos y que le reportó una enorme riqueza. Los venecianos fueron tan prácticos en su política como poco fiables. Conscientes de su reducido tamaño, defendieron sus intereses comerciales con uñas y dientes y con la eficacia de quien aprovecha todos los resquicios para sacar ventaja de la situación. A pesar del enorme poder de Imperio de Oriente, Venecia supo siempre aprovechar las debilidades de éste y venderle su apoyo al precio más elevado. ¿Y cuál podía ser el apoyo que Venecia podía ofrecer al gigante oriental? Los venecianos, como buenos comerciantes, se convirtieron en maestros de la diplomacia, pero comprendieron enseguida que no había diplomacia sin poder militar. De ahí que crearan una marina de guerra capaz de defender sus propios intereses y de ponerse al servicio de su gran aliado cuando hiciera falta.

Para Venecia la seguridad de la navegación y el acceso a los puertos y a instalaciones sobre las que asentar el comercio era vital. Y no era fácil de mantener cuando la aparición de nuevos actores cambiaba continuamente el reparto del poder a orillas del mar. Por un lado, los musulmanes que hacían su aparición por el norte de África, por otro, los piratas y señores que recalaban en la costa Dálmata, por el de más allá, los normandos asentados en Sicilia y en media Italia y con los ojos puestos en Constantinopla, desde tierra adentro, el Imperio de Occidente ávido de riquezas, desde el conjunto de Europa, los distintos reinos y señoríos asociados en las cruzadas y que no dudaron en apoderarse de las tierras del imperio bizantino, desde oriente, los zares búlgaros que entraron en acción presionando sobre el Mediterráneo, de la propia Italia, las repúblicas de Génova y de Pisa declaradas enemigas … todo convertía al escenario marítimo en el que se asentaba Venecia en un espacio peligroso e inestable donde era preciso mantener las posiciones. Embajadas, maniobras políticas y alianzas unas veces con unos y otras con otros, unidas a una flota de guerra de primer orden fueron las herramientas sobre las que los venecianos basaron su capacidad de convicción.

Venecia, durante siglos, supo manejar los hilos que le permitieron ocupar un espacio privilegiado y con los que consiguió atraer las riquezas que la hicieron una ciudad extraordinaria. Bizancio y Venecia nos cuenta detalladamente el cómo ocurrió todo ello y al hacerlo nos dibuja también una historia del Mediterráneo en buena parte desconocida.

La visita a las magníficas ciudades italianas, guía en mano, acaba reduciendo la mirada a escenarios muy pequeños, urbanos o regionales como máximo. Giorgio Ravegnani, el autor del libro, expande la visión y hace del Mediterráneo entero el teatro donde se mueven los actores y se ventilan los intereses de unos y otros. Intereses vitales por los que transita la Edad Media y que ponen las bases de la Europa del Renacimiento.

Bizancio y Venecia es una lección de historia que sitúa a la ciudad de los dogos y, con ella, a todo el Mediterráneo oriental en contexto. Sin duda, ayudará al viajero a ver con ojos más expertos no solo a Venecia sino a toda esta región que va desde Italia hasta Constantinopla y le permitirá disfrutar más todavía de este conjunto único de ciudades y lugares que reúnen un pasado común y un patrimonio histórico y cultural inigualable.

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lunes, 1 de octubre de 2012

Un dragón en el corazón

Un dragón en el corazón

Olivier Page
Altair, 2012
227 pp.

Un dragón en el corazón sorprende, interesa desde la primera página y se lee con rapidez. Difícil será que después de tenerlo entre las manos, el lector no sienta el deseo de visitar Vietnam...



Olivier Page
Altair, 2012
227 pp.





“Si vertimos la influencia china taoista, confucionista, budista, francesa cristiana, el ascendiente del bloque socialista y la globalización en un tubo de ensayo y lo calentamos (…) el resultado es Vietnam.”

Se acostumbra a presentar Vietnam como un país de gente distante, no áspera, pero tampoco cálida. Sin duda, la falta de comunicación entre un occidental cualquiera y un vietnamita, la distancia que separa la cultura de unos y otros, la diferencia de costumbres y de vida ayudan poco a que se establezca una relación fluida y a que surja este entendimiento espontáneo que leemos como cordialidad. Vietnam cae muy lejos y pudiera resultar un mundo opaco. Por eso Un dragón en el corazón sorprende, interesa desde la primera página y se lee con rapidez. Difícil será que después de tenerlo entre las manos, el lector no sienta el deseo de visitar el país y difícil también que no vea Vietnam con ojos distintos de aquellos con los que hubiera visto el país antes de la lectura.

Olivier Page es un profesional de la literatura de viajes. Un profesional en el sentido más positivo. Sabe cómo introducir al lector en el tema, sabe sacarle partido al lugar, sabe moverse para encontrar temas, personas y situaciones relevantes para el lector y es un hábil escrutador de la realidad para hacerla comprensible e interesante. Pero además, por encima de un profesional, es un escritor humano. El concepto de humanidad lo lleva en su escritura y también en su mirada.

Casi nunca, la literatura de viajes es objetiva. Todo lleva a sentir aprecio sobre aquello de lo que se escribe, sobre el país, sobre la gente… y en este caso no podía ser de otro modo. Olivier Page reconoce su admiración por los valores de los vietnamitas, por su tenacidad, por su capacidad de sacrificio, por su industriosidad y también por su humanismo. Un humanismo que hay que entender como un sentido de humanidad profundo que percibe en las gentes con quienes se encuentra y que da al texto que escribe y a las sensaciones que transmite un tono contenidamente poético.

Nada más sorprendente que descubrir que hay poesía en Vietnam cuando la experiencia del país ha sido históricamente –y sin necesidad de remontarse a muchos años atrás- tan traumática. Vietman hoy es un país luminoso. Así nos lo describe Page, que habla de Hanói o de la antigua Saigón como ciudades jóvenes y vitales con los ojos puestos en el futuro y envueltas en una prosperidad nunca antes conocida. Los cambios rapidísimos en las ciudades y en las familias y en las condiciones de vida no rompen sin embargo el hilo que permite mirar a un pasado reciente donde la guerra y sus secuelas aparecen con fuerza.

Oliver Page juega a dos bandas, cuenta lo que ve, pone las cosas en contexto, da información y argumentos, pero reserva una buena parte del libro a las voces de otros. Se retira del primer plano y muestra cómo son los numerosos personajes con los que se encuentra. Personajes que conocía ya como resultado de viajes anteriores o que conoce de nuevas porque son singulares y se las arregla para que lo reciban. Intelectuales, ancianos ya pero de mente viva, viejos comerciantes que fueron ricos antes del socialismo y que se adaptaron al presente, artistas de vanguardia que vivieron las contradicciones de la ortodoxia en la ideología, modelos de revista y de alta costura, campesinos, viejos militares que se dejaron la piel luchando por la independencia del país y contra los norteamericanos… Un largo desfile de personas muestra la realidad de este nuevo Vietnam, renacido y optimista. Y da pie a descubrir estas virtudes que Page destaca y entre las que sobresale la falta de rencor hacia el pasado.

Vietnam rueda ya a toda velocidad en esta pista de despegue que supone abandonar la pobreza y entrar en la modernidad. Dentro de unos años, dice Page, seguramente Hanoi o Ho Chi Minh no se distinguirán de Seul o de Bangkok saturadas de coches y de edificios altos. Pero hoy no hemos llegado todavía a este punto y el país que encontramos conserva muchos de los aromas heredados del pasado. Por eso la lectura  de Un dragón en el corazón es oportuna. Lo es porque nos da las pistas para reconocer un Vietnam que se acaba y que tal como es hoy resulta admirable y lleno de atractivos.

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