miércoles, 26 de diciembre de 2012

Los sordos

Los sordos


Rodrigo Rey Rosa
Alfaguara, 2012
240 pp.

Guatemala es la protagonista de esta novela de intriga gruesa, cuya trama se desarrolla en la actualidad. Una Guatemala necesariamente exagerada ...


Los sordos
Rodrigo Rey Rosa
Alfaguara, 2012
240 pp.





Guatemala es la protagonista de esta novela de intriga gruesa, cuya trama se desarrolla en la actualidad. Una Guatemala necesariamente exagerada porque mantener la tensión y crear un mundo de ficción que enganche al lector desde el principio hasta el final del libro obliga a extremar las luces y las sombras. Pero al fin y al cabo de lo que habla Los sordos es de un país que se parece al que conocemos por los periódicos y al que la novela nos acerca y deja ver, cómodamente desde la butaca, como si estuviéramos viendo una película.

Los Sordos es una narración que bordea los extremos. Nos habla de una sociedad de ricos -banqueros unos, altos profesionales otros- envueltos en un entorno incierto y peligroso y en actividades, tal y como corresponde al mundo de los ricos, muchas veces sospechosas. Los atentados, los secuestros están presentes en la atmósfera donde se ha instalado la violencia de forma habitual. La inseguridad y la seguridad son polos que se alimentan y se contaminan de manera recíproca. Guardaespaldas, policías, exmilitares -del ejército o de alguna guerrilla- están presentes en la novela porque forman parte de este país que se ha ido deslizando hacia el descontrol y se ha vuelto cada vez más peligroso. Y unos personajes 'legales' y otros rufianes o medio rufianes se mezclan también para crear la salsa de una aventura confusa en la que el lector se ve inmerso y en medio de las dudas se pregunta sobre lo que va a pasar.

Rodrígo Rey Rosa juega con los diversos mimbres que articulan hoy su país. Los ricos viven, como corresponde, en la capital. Pero en la misma trama asoman también los rincones donde la población es menos blanca y donde el mestizaje crea preocupaciones y parámetros de convivencia distintos. La relación entre unos y otros -ricos y pobres, blancos e indios-, la comunicación entre ellos, las fidelidades diversas... se dibujan de una manera turbia que alimenta la desconfianza, los resentimientos y las sospechas. Además, y para el lector, la incursión en el mundo aymara en el que viven todavía las comunidades indias, envueltas en sus viejas tradiciones, enfrentadas al mundo oficial y protagonistas de oscuros y violentos conflictos abre un espacio en el que es difícil penetrar y que sorprende por lo desconocido.

Los sordos saca a la luz una Guatemala opaca y lastrada por la violencia. El título anuncia al lector que en el origen de la historia -y en las raíces del país- hay un vicio de comunicación, una sordera que condiciona a todos y los aísla. Por supuesto, vuelvo a decir, la novela carga las tintas y resulta una exageración, pero un buen entendedor sabrá extraer de ella los reflejos de una realidad que se ha ido imponiendo en los últimos años y que condiciona el curso del país. Quien quiera respirar los aires de una Guatemala de ficción, pero también percibir a través de ellos una realidad compleja y llena de contradicciones hallará en Los sordos una buena manera de hacerlo, siempre con el gusanillo de la intriga y las ganas llegar al próximo capítulo para saber cuál será el desenlace.

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domingo, 16 de diciembre de 2012

Al este de Occidente

Al este de Occidente

Miroslav Penkov
Seix Barral, 2012
285 pp.

Se dice de algunos países que no existen en la realidad. Bulgaria -lo mismo que algunos lo han dicho de Albacete- podría ser uno de ellos.Pero está ahí y Miroslav Penkov se ocupa muy bien de recordárnoslo.



Miroslav Penkov
Seix Barral, 2012
285 pp.





Se dice de algunos países que no existen en la realidad. Bulgaria –lo mismo que algunos lo han dicho de Albacete- podría ser uno de ellos. Suena en el imaginario colectivo, está relativamente cerca, pero no ocupa un lugar relevante en las noticias de los periódicos ni parece que ningún conocido, por aficionado a los viajes que sea, haya estado nunca en él.

Aunque lo cierto es que está ahí y Miroslav Penkov se ocupa muy bien de recordárnoslo con un libro compuesto de ocho relatos, lleno de talento, de imaginación y de buena escritura. Un libro que se lee a gusto y que explica que el autor, muy joven, reciba con justicia el piropo de ‘estrella literaria’.

Miroslav Penkov, tratando asuntos distintos, creando personajes, dejando fluir afectos y situaciones, nos habla de su país. Un país donde el presente está condicionado por una historia que asoma por todas partes y por toda la región que lo rodea y con la que comparte buena parte de su destino. Bulgaria no es nada sin los Balcanes. Y los Balcanes tampoco se entienden sin echar la mirada a ese mosaico de países medio hermanos y siempre en conflicto que comparten fronteras y que pelearon por ellas a lo largo de los siglos.

No es de extrañar que en muchos de los relatos esté presente el peligro, la lucha por la supervivencia, la guerra con el enemigo… Y es que enemigos lo han sido todos y los ha habido en cada generación. Bulgaria, como toda la región de los Balcanes, es tierra de frontera y como tal ha sido el campo de mil batallas. Batallas entre países vecinos, batallas entre las grandes potencias que movieron allí sus peones y batallas personales y familiares por seguir viviendo y por recuperar un lugar en la historia.

Los relatos que componen Al este de Occidente muestran la complejidad de esta Bulgaria y lo hacen con enfoques muy distintos unos de otros, pero con un telón de fondo que el lector reconoce enseguida, que les da unidad a todos ellos y que construye una imagen del país tan rica como agitada. Una Bulgaria turca surge en el recuerdo, fiel a la tradición musulmana y sujeta a la crueldad arbitraria del sultán, una Bulgaria rebelde aparece, también, con los combatientes que esperan recuperar Macedonia y recobrar la grandeza de cuando hubo zares búlgaros y un verdadero imperio bajo su manto, otra Bulgaria habla de los albores de la revolución y de la lucha por el comunismo, una Bulgaria más es la que resulta de la caída del muro de Berlín al lado de una Serbia aparentemente próspera y de una Europa todavía lejana y que se perfila como la tierra prometida.

Dos siglos de la vida de Bulgaria es lo que nos trae Miroslav Penkov mediante unos personajes que adquieren enseguida un tono familiar y cuyas vidas transcurren por situaciones dramáticas a veces, absurdas y con un toque de humor otras, pero siempre tan únicas que se diría que solamente podían haber ocurrido en este país. En la estela de Joyce con Dublineses o de Pamuk con Estambul -dice la contraportada del libro- Miroslav Penkov nos habla de su tierra en un ejercicio de excelente literatura. Sin dudarlo, va a mercer la pena dejarse llevar por sus relatos para disfrutar de un buen rato de la mejor lectura.

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lunes, 3 de diciembre de 2012

Cerrado 24 horas. Crónica de un viaje a Corea del Norte

Cerrado 24 horas

Beatriz Pitarch
Laertes, 2012
242 pp.

¿Alguien conoce a alguien que haya estado en Corea del Norte? Seguramente no y de ahí que Cerrado 24 horas tenga, de entrada, el mayor interés...



Beatriz Pitarch
Laertes, 2012
242 pp.





¿Alguien conoce a alguien que haya estado en Corea del Norte? Seguramente no y de ahí que Cerrado 24 horas tenga, de entrada, el mayor interés. Porque quien lo escribe, Beatriz Pitarch, contactó por internet con una agencia de viajes que programaba recorridos por la Corea al norte del paralelo 17, se sacó un billete de avión hasta Pekín, no cuenta si se encomendó o no a algún santo, pero el hecho es que consiguió el visado y vio como se allanaba el camino para su objetivo de visitar el país más aislado del mundo.

Es verdad que tuvo que asegurar que nunca había roto un plato, según el modo que los coreanos tienen de entender lo que es eso. Dijo que no escribía libros, que no se dedicaba al periodismo y que no le interesaba la fotografía. Y con este currículum convenció a quien hizo falta de que le abrieran las puertas de la muralla.

Cerrado 24 horas es el relato de este viaje, de un viaje de diez días por Corea del Norte. Diez días es verdad que no son muchos, pero son una eternidad comparada con quienes solo han podido escribir asomándose a los periódicos y al testimonio de los desertores del paraíso comunista. Diez días de viaje y además con limitaciones porque quien va a la Corea de la que estamos hablando debe hacer el recorrido que las autoridades marcan y debe andar siempre de la mano de los 'guías' que acompañan al grupo y que tienen el loable cometido de velar por la 'seguridad' de su rebaño.

Pero aquí las limitaciones son también parte del país. Forman uno más de los componentes que hacen de la Corea comunista un país tan extraño y sorprendente. Un país tan milimétricamente controlado y tan puntualmente riguroso que Beatriz cuenta que se parece más a un videojuego que a la realidad. Las normas a las que se compromete el viajero forman parte del exotismo que acompaña al país y obligan a quien viaja a participar en esa enorme ficción que representan a diario millones de coreanos adoctrinados desde la cuna y convertidos en algo parecido a robots.

¿Está Beatriz Pitarch reproduciendo el discurso de quienes decían lo mismo de la Rusia soviética o de Cuba? Podría sonar parecido pero no tiene nada que ver. Y ahí está la gracia de su libro, que parece a ratos una excursión por el surrealismo más exagerado.

Sólo llegar a Corea le advierten de que tiene que estar pendiente de no doblar los periódicos. ¿Y eso? Es que los periódicos contienen siempre fotografías del Querido Líder y doblarlas, aún inconscientemente, es un signo de desatención que se interpreta como un desprecio. Y los desprecios en Corea se tratan con la expulsión del extranjero o con un campo de reeducación cuando uno es nacional. También aprende que al máximo dirigente llamarlo Querido o Amado Líder no es un simple cariño, sino una obligación cuyo olvido tampoco augura nada bueno a quien incurre en él. Sabe que si se salta una de las visitas programadas, en un gesto inocente que no implique desquerer hacia el país y sus dirigentes, se quedará encerrada en el autobús bajo la atenta vigilancia del conductor sin poder pisar la calle. Y está avisada de que debe llevar en la maleta un vestido elegante porque la visita al mausoleo del Eterno Presidente exige vestido elegante a las mujeres y traje y corbata a los varones.

¿El Eterno Presidente? Aunque aparente ser una extravagancia, el lector aprenderá que el Eterno Presidente es eso: eterno. Lo sigue siendo del país a pesar de haber fallecido hace años y sería un gesto de pésima consideración nombrar a otro por el simple hecho de haber pasado a la otra vida. ¿Y el presidente actual? El que hay ahora es un digno sucesor de su padre y de su abuelo, pero el Presidente sigue siendo el primero y lo será hasta el final de la Historia.

Beatriz Pitarch decide, para contar su aventura, dar también voz a los que formaban su pequeño grupo de compañeros de viaje, una argentina, un mejicano, un belga, una joven y despampanante rusa, un norteamericano... con lo que los puntos de vista se ensanchan y el país asoma desde opiniones diversas. Y pone en primera línea de fuego a los guías del grupo, que como a nadie se le oculta, son los comisarios políticos y resultan la imagen viviente del inquebrantable espíritu de la revolución coreana.

El relato es tan interesante como insólito y divertido. La escritura es distendida y fresca. Beatriz Pitarch asegura a quien quiera oírla que no está dotada para la ficción, que lo suyo es contar lo que ha visto y de la forma que le ha parecido que han transcurrido las cosas. La verdad es que lo consigue con gracejo y que el tema de Corea del Norte sopla a su favor porque el país tiene miga.

Es muy probable que ningún lector de Cerrado 24 horas haya tenido verdadero propósito de viajar a Corea. No estoy seguro de que después de leer el libro no haya más de uno a quien se le hayan resquebrajado las convicciones. Beatriz consiguió viajar a Corea del Norte y cuenta de su viaje cosas extraordinarias que parecen venir de otros mundos. ¿Quién diría que no a la posibilidad de ser testigo, él también, de semejantes maravillas?

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