sábado, 17 de agosto de 2013

Viaje a mi país ya inexistente

Viaje a mi país ya inexistente

Tamara Djermanovic
Altair, 2013
254 pp.

Tamara Djermanovic regresa a lo que fue Yugoslavia, después de una ausencia de casi veinte años. Regresa a sus recuerdos y también al mundo traumatizado que dejó y donde tiene guardadas sus impresiones de niña y de adolescente...



Tamara Djermanovic
Altair, 2013
254 pp.





Lo más parecido al relato de un viaje contado de viva voz es este Viaje a mi país ya inexistente que escribe Tamara Djermanovic. Un relato que suena, además, con acento conocido porque la autora, yugoslava de nacimiento, vive en Barcelona y muestra que entre sus raíces, algunas están en nuestro país.

Tamara regresa a lo que fue Yugoslavia después de una ausencia de casi veinte años. Regresa a sus recuerdos, al mundo que dejó y donde tiene guardadas sus impresiones de niña y de adolescente, donde crecieron sus lazos familiares y los lazos con los viejos amigos, el mundo de las vacaciones y de la escuela, de los descubrimientos que se hacen cuando se es joven, del aroma de la tierra y el sonido del mar.

Pero una vez más, Yugoslavia evoca un cataclismo que incluso visto con serenidad resulta estremecedor y cuando menos extraño. El título del libro describe bien ese quebranto que todos los que vivieron en el país llevan en su conciencia de manera indeleble. Yugoslavia desapareció.

Y desapareció dando a luz un mundo distinto que sin embargo no corta con las raíces y que el lector –o en su caso el viajero- no puede interpretar sin la compañía de una voz que le muestre los cambios. ¿Quién se daría cuenta de que el idioma ha cambiado? Dejó de existir el país y con él su lengua. El serbocroata era la fusión de maneras de hablar vecinas –giros, palabras y acentos- que pretendió unificar un país hecho de retazos. Un país con voluntad de juntarse cuando, tras la caída del imperio otomano y la desintegración del imperio austrohúngaro, todas las partes se vieron demasiado pequeñas para sobrevivir en una Europa insegura y quisieron tener más músculo creando lo que iba a ser Yugoslavia.

Tamara Djermanovic nos habla ahora de ese mosaico en que se ha convertido lo que fue su país y en el que se reconoce. y se siente como en casa. Y lo hace mediante una sucesión de capítulos cortísimos que dan agilidad a todo su relato y que permiten acompañarla en su viaje escena a escena, lugar a lugar.

La autora en ese regreso a su tierra, acompañada de un hijo adolescente, que es sobre todo español, no se siente extraña. A diferencia de lo que ocurría tiempo atrás, ahora debe llevar pasaporte. Debe cruzar fronteras al hacer un camino que antes recorría para irse de vacaciones sin salir de su país. Pero observa también que su acento serbio no despierta hostilidad en los distintos países vecinos que quisieron romper con un pasado común. Y sin embargo, a pesar de la comodidad que ella siente al reencontrarse con su tierra, los testimonios de la guerra siguen siendo terribles y hablan de atrocidades vividas por todos. Atrocidades que vienen de lejos y que Tamara Djermanovic pone de relieve al repasar la historia. Atrocidades presentes que sufre esa población invisible para el viajero de los que fueron desplazados, literalmente echados de sus casas y no tienen nada fácil el regreso a los lugares de los que debieron huir.

Recuerdos de infancia, reencuentros y una lúcida descripción de lo que son hoy los países que formaron la antigua Yugoslavia, sus gentes, sus ciudades, los paisajes, los parques naturales, ese mar espléndido que es el de la Costa Dálmata componen para el lector un viaje lleno de calidez y animado por una narradora singular. Un viaje descriptivo y sentimental al mismo tiempo y matizado con mayor o menor intensidad según el momento por la lúcida frase de Ivo Andric cuando asegura que “después de una guerra no hay un lado vencido y otro vencedor, lo único que queda es una humanidad derrotada”.

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