viernes, 31 de enero de 2014

Capital

Capital

John Lanchester
Anagrama, 2013
608 pp.

Haciendo un guiño a El Capital de Marx, Lanchester, con toda la socarronería, juega con la capitalidad que enaltece a Londres y con la crítica feroz al sistema de valores que la sostiene ...



John Lanchester
Anagrama, 2013
608 pp.





Londres. ¿Cómo es hoy Londres, cómo es su gente, qué les mueve todas las mañanas al levantarse, cómo son sus vecinos, en qué piensan? Hay un montón de novelas que, cada una a su manera, podrían dar respuesta a estas preguntas. Novelas ambientadas en la ciudad y en una época para ofrecer un fresco de la vida de sus habitantes, de sus preocupaciones y de su particular manera de ser. Y Capital podría ser una más entre todas ellas. Una más, aunque hay que decir que muy  especial y singularmente amena.

Capital es una caricatura del Londres de hoy. De un Londres que podría ser cualquier otra capital, al menos en algunos aspectos, porque la globalización nos ha hecho a todos sino iguales muy parecidos. Las caricaturas, las buenas caricaturas, si son ácidas mucho mejor. Y Capital lo es. Y si el lector conoce las claves para sacarles el jugo a las distorsiones con las que el autor redibuja la realidad para exagerarla, mejor todavía. Y el lector dispone de ellas porque si de algo sirve la globalización es para que nos parezcamos cada vez más los unos a los otros.

Una calle en un barrio cualquiera de Londres sirve de escenario al arranque de la novela. Una calle que ha ido a más y que por ello reúne a vecinos de extracciones muy distintas: una viuda anciana que ha vivido allí toda la vida, un ‘broker’ envuelto en los tejemanejes del dinero en la city, una estrella en potencia del fútbol llegado de un país africano con un contrato millonario, el tendero de la esquina, musulmán y con una corte de parientes…

John Lanchester, el autor, es un virtuoso de sacarle punta a las situaciones y de ir extendiendo la trama como se extiende la mala hierba, lenta pero inexorablemente. Poco a poco, la pequeña colección de personajes con los que arranca la novela se va ampliando y da entrada a otros nuevos que van complicando el argumento, o mejor los argumentos porque hay muchos. Y sin que el lector se de cuenta crean lo que es el ‘suelo’ sobre el que se apoya la novela: el caos.

Pero no. No es un caos espectacular y explícito. Es un caos interno, subterráneo, esencial que conduce la realidad al absurdo y que crea en el lector la sensación de que va a ser inmanejable. Es decir, como la realidad misma. Caos en la entrega de los pedidos por Internet, caos en el metro, caos en el despertar del tendero, caos en la vida de nuestro futbolista arrancado de un pueblo de África por un club de primera división de Londres, caos en las cuentas del broker con un nivel de vida tan estratosférico como insostenible.

La visión de John Lanchester es cínica y coloca al lector ante acontecimientos que conoce por los periódicos o por su propia experiencia. Lo coloca ante estas situaciones que forman todas juntas los polvos de los que acaban por salir estos lodos que componen el paisaje de todos los días. Con habilidad y con un humor que está siempre presente en el libro, Lanchester extiende hasta el dominio de la moral el caos que parece gobernar el mundo físico y la sociedad. Otra vez un caos sutil, digamos incierto, confuso mas bien, pero suficiente para dibujar una realidad perversa donde no se sabe dónde están los ‘buenos’ y todos quedan marcados por el ridículo de llevar en su interior mucho de lo que hace malos a los ‘malos’.

La sociedad desaforadamente opulenta de la que venimos está en el origen de este Londres jocosamente desquiciado que encontramos hoy. ‘Había algo básicamente fallido –dice Lanchester- en una cultura que disponía de tanto trabajo y tanta riqueza sobrante, (…) casi como si el dinero cayera del cielo”.  Una cultura que ha creado a este monstruo a mitad divertido y a mitad despiadado que son estas sociedades que nos dan cobijo.

Marx escribió el más exhaustivo análisis crítico del capitalismo de su época y lo llamó El Capital. Lanchester, con toda la socarronería, ha jugado con la ambigüedad de la capitalidad que enaltece a Londres y de un análisis igualmente radical del sistema de valores y de la economía que tortura a la gran ciudad. Quien quiera asomarse a la catástrofe con una sonrisa y alguna que otra carcajada tiene ahora la mejor ocasión para hacerlo.

Leer más…

lunes, 20 de enero de 2014

Auroras de medianoche. Viaje a las cuatro laponias

Auroras de medianoche

Luis Pancorbo
Fórcola, 2013
398 pp.

Zorros, osos, exploradores, explotaciones mineras, polución, bases militares, pescadores y granjeros se alternan en este 'Auroras de medianoche' que ilumina una tierra donde casi no luce el sol durante la mayor parte del año....



Luis Pancorbo
Fórcola, 2013
398 pp.





Luis Pancorbo nos habla en este libro de Laponia. Ha visitado las tierras laponas una y otra vez, año tras año hasta haberlas convertido en un lugar familiar. Un lugar conocido que ya no causa la sorpresa de la primera vez pero que sigue despertando la curiosidad de lo extraordinario, de los espacios extremos donde tantas cosas resultan inexplicables para quien llega desde lejos.

Laponia, enorme, cubierta de blanco, no tiene más que un discreto relieve y una exigua población. Las distancias son enormes, el tacto del suelo mullido por la nieve que todo lo acolcha y ese hielo que se ha dado en llamar permafrost insensible al cambio de las estaciones. Temperaturas gélidas, silencio y muy pocos rastros de lo que los hombres pudieron hacer tiempo atrás porque a la hostilidad del frío se unió los efectos de la retirada alemana en la Segunda Guerra Mundial que se produjo en medio de la destrucción de todo lo que encontró a su paso.

¿Y que nos puede contar Pancorbo de lo que ocurre en un escenario tan arisco y desprovisto de medios?¿Que hay detrás de la nada o de la casi nada que es en apariencia Laponia? Pues aunque parezca mentira hay casi cuatrocientas páginas de libro donde se cuenta poco a poco y con detalle cómo es Laponia, cómo es la gente que allí vive y cual ha sido la dura historia de esta gente para hacer de su entorno el lugar de sus vidas.

Corre la leyenda, que seguramente es cierta, de que los esquimales disponen de más de cien palabras para definir el blanco. Disponen de ellas porque sus ojos han aprendido a ver el detalle que escapa a quien no ha mirado con suficiente atención ni ha tenido tiempo para detenerse a escrutar en detalle lo que tiene ante sus ojos.

Luis Pancorbo es en este sentido ya un esquimal. Lleva demasiado tiempo para no haberse dado cuenta de los matices que dan vida a un paisaje aparentemente plano y para no poder hablar de él mostrando sus diferencias y la inmensa variedad de elementos que contiene. Y demasiado tiempo también para no hablar de la cultura y del pueblo sami, esa comunidad aislada, que el hombre blanco lleva siglos empujando hacia el norte y que hizo su vida entre renos y en una lucha silenciosa para sobrevivir en medio del frío.

Laponia, de la mano de Luis Pancorbo resulta un espacio tan extenso como vivo. Porque para sentir la vida que late en esta infinitud helada hay que conocer a las personas y mezclarse con ellas. Mezclarse para sentir también el paso de las estaciones, el calor de sus tradiciones y de sus fiestas y el discurrir del día a día. No todo es igual en Laponia. No es igual el invierno que el verano cuando la nieve deja paso al color verde de las plantas que germinan y cuando los ríos corren caudalosos por efecto del deshielo y la superficie de los lagos se descubre y pone a la vista el agua que se oculta bajo el hielo la mayor parte del año. Tampoco son iguales las distintas laponias, la finlandesa, la sueca, la noruega y la rusa. En cada una la historia ha dejado su huella o mejor dicho, la dejaron los recién llegados que trataron de colonizarla y de integrarla en sus territorios como una región más.

Zorros, granjas, osos, exploradores antiguos, explotaciones mineras, polución, bases militares, pescadores y auroras boreales se alternan en este relato que ilumina una tierra donde casi no luce el sol durante buena parte del año. Ellos son los protagonistas de la narración y componen las señas de identidad de una parte del mundo en buena medida virgen y de la que Luis Pancorbo nos trae noticias para que empecemos a descubrirla.

Leer más…

miércoles, 8 de enero de 2014

35 muertos

35 muertos

Sergio Álvarez
Alfaguara, 2013
505 pp.

Colombia, con todos sus demonios, aparece en este retablo pesimista, moral a su manera y al mismo tiempo vital que es "35 muertos" ...


Sergio Álvarez
Alfaguara, 2013
505 pp.






Parece que hay acuerdo sobre el hecho de que el humor es subversivo. Trastoca las normas, modifica la lógica y entre disparates y bromas presenta lo más duro de la realidad sin pelos en la lengua, de forma lúcida aunque distinta de cómo se haría desde el terreno de la seriedad.

35 muertos discurre en esta línea, sin ser ni mucho menos una obra de humor. Está más cerca de la novela picaresca que ahonda sobre asuntos dramáticos, aunque los saca del dominio de la resignación y del lloro y los pone del lado de la vida. ¿Qué es el humor sino eso, aunque se trate de un humor de baja intensidad, deliberadamente contenido, administrado con sordina para que el lector no pierda el vértigo que produce la maldad o el trágico desamparo derivado de un mundo inestable, peligroso y pervertido?

Colombia es uno de estos mundos cuando se habla de los años –nada lejanos- de esa guerra civil que implicó a traficantes, militares, guerrilleros, políticos, negociantes y simples ciudadanos que tuvieron que nadar en las aguas revueltas de los atentados, los secuestros, toda clase de delincuencia y el quehacer cotidiano. Y Colombia es el escenario donde se desarrolla este 35 muertos cuyo título indica ya que la cosa no va de aroma de rosas sino todo lo contrario. Muchos son 35 muertos para que todos vengan por el mismo camino, para que el origen sea uno solo y no un amplio espectro de podredumbre que afecta al país entero.

Pero la gravedad de este trasfondo no debiera inducir al lector a pensar que la lectura lo enfrentará al sufrimiento que nace del caos y del dominio del mal. Nada de eso. Ha quedado claro que 35 muertos va de otra cosa y que lo que desde fuera se parece al caos, desde dentro tiene un sentido distinto. Forma parte de la vida donde los individuos deben espabilar si quieren sacar sus castañas del fuego.

Como en el Lazarillo, la novela de Sergio Álvarez sigue sobre todo el rastro del personaje principal desde que es niño, acosado por diversos accidentes que le procura su entorno. Colombia en esos años es un buen semillero de acontecimientos adversos lo mismo que de oportunidades perversas a las que nuestro héroe se agarra para navegar en la corriente que lo envuelve y arrastra.

Todo en 35 muertos tiene un aire de caricatura y todo tiene su punto de absurdo. Todo tiene además el tinte de la desconfianza que nace de comprobar una y otra vez que nada bueno es duradero porque algún cataclismo del destino arruina lo que hubiera podido ser un espacio de tranquilidad donde rehacer la vida. Nada dura, cualquier instante de felicidad acaba por abrir una nueva escena donde todo vuelve a estar patas arriba y obliga otra vez a encontrar una vía de escape para sobrevivir.

Una sucesión de estas escenas va componiendo la novela y renovando el interés porque cada una es distinta y cada una es un reflejo de esta Colombia desencajada que, vista desde el lado del humor, es puro disparate. La relación del héroe de la novela con su exuberante tía, su activismo político cuando sólo es un chaval, su vida de pandillero y de ladrón, el paso por la universidad, el paso por la guerrilla y por las filas del ejército, la actividad de titiritero, el embrollo de los atentados, la vida en un ashram… van dando color al relato y certifican que el autor tiene imaginación, habilidad provocadora y humor soterrado a gran escala. Sólo las escenas del asalto guerrillero al palacio de justicia y de la intervención del ejército a continuación muestran la capacidad de despropósito de Sergio Álvarez para tratar una realidad desquiciada y justifican la lectura del libro entero. Por no hablar de las escenas de sexo, peliagudas todas ellas y contadas con tan poco rubor que el lector acaba sorprendido y regocijado por el atrevimiento del autor también en este dominio.

Colombia, con todos sus demonios, aparece en este retablo pesimista, moral a su manera y al mismo tiempo vital. Todas las contradicciones servidas a un tiempo para componer una narración llena de interés, de sorpresas y de guiños.

Leer más…