martes, 24 de junio de 2014

La sombra de la Ruta de la Seda

La sombra de la Ruta de la Seda

Colin Thubron
Península, 2014
429 pp.

En 'La Sombra de la Ruta de la Seda' Thubron habla de China, Pakistán, Irán, Turquía... Creo que el libro no va a defraudar a nadie y que quien lo empiece terminará sus más de cuatrocientas páginas sin darse cuenta...


Colin Thubron
Península, 2014
429 pp.





Voy a empezar diciendo una obviedad y es que Thubron es uno de los grandes de la literatura de viajes y afirmando también que en esta Sombra de la Ruta de la Seda lo confirma con creces al ofrecer al lector un interesantísimo relato sobre el presente y el pasado de una parte del mundo que cobró y que cobra todavía un protagonismo singular.

Hablamos de China, Pakistán, Irán, Turquía... Creo que el libro no va a defraudar a nadie y que quien lo empiece terminará sus más de cuatrocientas páginas sin darse cuenta, llevado de la mano de un viajero con una cultura extensa, con una curiosidad enorme y una sensibilidad llamativamente fina a la hora de atravesar desiertos, de enfrentarse a dificultades o de relacionarse con personas extraordinariamente diferentes y todas ellas interesantes porque el autor sabe extraer de ellas conocimientos y sentimientos profundos que se hubieran perdido sin esa, al mismo tiempo, aguda y sosegada mirada que hace de Thubron un viajero excepcional.

Nada como el título del libro ‘La sombra de la Ruta de la Seda’ podía describir mejor el propósito de Thubron de proponer el diálogo entre el presente y el pasado a lo largo de este corredor histórico que sigue siendo, lo mismo que hace siglos, un importante foco de atención, un área en ebullición donde convergen pueblos y culturas muy diversas y por donde transitan una corriente de relaciones y de intereses que le dan hoy una renovada vitalidad.

Insisto en que, a pesar de las evocaciones míticas del título, el libro es actual, o casi actual. Se publicó en inglés en 2006, de modo que habla de un escenario que desde esta fecha hasta hoy ha variado poco, que se ha mantenido intacto hasta el presente.

Seguramente, por el hecho de ser occidentales, los autores que se han referido a la Ruta de la Seda han contado su periplo, del mismo modo que lo recorrió Marco Polo, viajando de occidente a oriente. Pero la Ruta de la Seda que nos cuenta Thubron discurre en sentido contrario. Y ese discurrir es significativo en sí mismo, porque pone el énfasis en una dirección que hoy quiere recuperar a la que fue históricamente y que reconoce la primacía de oriente en un flujo de intercambios, sorprendente para todos, basado en la fabulosa contribución de China difundiendo hacia occidente su sofisticada riqueza y su exquisita cultura.

Thubron empieza su relato en Xian, en esa capital que para tantos es el final de la famosa ruta y que le sirve para introducirnos en la China de hoy. Bloques de cemento, modernidades sin cuento, energía a raudales, cambio y más cambio. “El futuro apenas puede esperar. La ciudad entera está en obras. De cada dos solares, uno exhibe una gigantesca imagen informática de lo que allí se construirá...” nos dice.

Esa China volcada en si misma, rodeada de una muralla que Thubron se pregunta si fue hecha para prevenir el asalto de los extranjeros o para poner puertas al deseo de los propios chinos de salir al exterior, se ha dislocado. En lugar de una población acomodada a sus tradiciones y a su forma de vida, los jóvenes de las ciudades como Xian ahora sienten la angustiosa necesidad de prosperar. Una angustia inimaginable hace solamente una generación porque la ambición de subir cada vez más alto les obliga a buscarse la vida como sea. Pone en suspenso la vieja moral, el respeto a los consejos de los padres y justifica cualquier cosa con tal de que conduzca al éxito.

Pero este viaje pegado a la tierra que emprende Thubron le lleva –y lleva al lector- primero a reencontrarse con las huellas del pasado y segundo a descubrir otros ‘presentes’ que sin desmentir nada de lo que representa Xian muestran también que el mundo es mucho más complejo y tiene fracturas que disuelven su uniformidad.

El pasado aparece por todas partes como no podía ser de otro modo en un área del mundo tan cargada de historia. Y aparece desde una óptica que en lugar de presentarlo como distante nos lo acerca ofreciéndonoslo como lo que es: un pasado nuestro y no ajeno, como pudiera parecer dada la distancia geográfica que nos separa de él. La descripción casi poética de los famosos guerreros de terracota hace sentir humana la tarea inhumana y cruel de construir un imperio y tiende hasta nosotros, los europeos, un hilo que nos hace también herederos de la sabiduría china y de los grandes inventos que sin darnos cuenta cambiaron nuestra historia.

Y el presente se hace, a medida que avanza la lectura, cada vez más rico porque salir de la ciudad y avanzar hacia occidente cambia poco a poco los decorados y los personajes y abre al lector mundos diferentes y tan reales como el de Xian. Seguramente, parte del atractivo de cuanto escribe Thubron se debe a que habla mandarín y puede relacionarse con personas que hubieran resultado opacas de no haber habido modo de comunicarse con ellas. Cada encuentro es un nuevo matiz, es una capa añadida a esa cebolla que recubre con el tiempo a lugares y a gentes y se convierte en eso tan complejo que para entendernos llamamos cultura.

He hablado de lenguaje poético para esa capacidad de conmover que tiene Thubron. Dejémoslo en un lenguaje evocador que es el que requiere la historia profunda para hacerse inteligible, que es lo mismo que decir para hacerse humana y para hacer sentir al lector que se está hablando de algo que le concierne, que no ha perdido continuidad desde el pasado hasta hoy, que es la raíz cuya sabia alimenta sin que nos demos cuenta el presente.

La Ruta de la Seda no representa toda la historia  de la humanidad, pero sí, constituye una parte importante de ella. “Desde  China se difundieron hacia el oeste la naranja y el albaricoque, la mora, el melocotón y el ruibarbo junto con las primeras rosas, camelias, peonías, azaleas y crisantemos. Desde Persia y Asia Central, viajando en sentido contrario, la vid, y la higuera echaron sus raíces en China, junto con el lino, las granadas, los dátiles....”

De esta larga ruta, que termina en el Mediterráneo nos habla Thubron en un constante diálogo que se refiere al pasado y al presente. Se trata de un viaje apasionante que La sombra de la Ruta de la Seda pone en nuestras manos. Lo mejor será emprender el camino y participar en él. Seguro que la experiencia resultará apasionante.

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miércoles, 11 de junio de 2014

Viaje al Tíbet

Viaje al Tíbet

Robert Byron
Abada editores, 2013
287 pp.

"Viaje al Tíbet", además de un viaje al corazón de Asia, es también el viaje a una época de viajeros heroicos y románticos que terminó hace tiempo. Es sin duda un libro para pasar un buen rato.




Robert Byron
Abada editores, 2013
287 pp.





Apetece de vez en cuando regresar a la literatura de viajes clásica, que viene a ser lo mismo que decir inglesa, con ese aroma de un poco antigua y con un escribir irónico de quien desde lo alto relativiza las cosas y sabe echar gotas de humor incluso a las penurias.

Nos ocupamos de Byron de nuevo, de quien se siguen reeditando textos a cargo de editores cuidadosos, amantes de su oficio y de los libros. Éste del que hablamos ahora vuelve a ser un libro cuidado, de formato pequeño y letra, para quienes nos gustan ya los tipos grandes, también pequeña. Como pensada para lectores jóvenes.

Aclaro que no me refería a lord Byron, que se fue a Grecia con la curiosidad de fisgonear en el mundo otomano y de echar una mano en la lucha por la independencia de los griegos. El Robert Byron, del que hablamos ahora, procede de una familia modesta, aunque su paso por Eaton y por Oxford le ha enseñado qué es eso de vivir como un aristócrata y nos cuenta que entre viajar a lo rico, que no puede, o a lo pobre, que no quiere, lo suyo es buscarse la vida para que las cosas se pongan a favor de viajar a lo rico.

Y es con ese argumento tan impecable como organiza el viaje que lo llevará a la India, a Sikkim y al Tíbet, en una época en que los europeos que habían pisado estos lugares no eran más que cuatro gatos. Byron es todavía jovencísimo pero no ha parado de moverse a la sombra de sus amigos potentados, aunque también por méritos propios porque se ha convertido en un narrador perspicaz y ha sabido sacar de sus viajes conocimientos y relatos con los que ha sabido mantenerse. Mantenerse bien, porque como creo que ha quedado claro, lo suyo no es la bohemia.

El viaje al Tíbet que ahora se edita, no es en realidad un libro. Es el compendio de algunos artículos que Byron escribió en ese viaje para el Daily Express en cumplimiento del acuerdo con el editor por el que éste se comprometía a patrocinarlo generosamente a cambio de que nuestro hombre escribiera sobre su singular periplo. El editor, por supuesto era un lord, encantado de seguirle la corriente a un joven atrevido y educado en las mejores escuelas.

El viaje hasta la India interesará ya al lector, porque los preparativos y la forma de viajar son de otra época y contienen dosis importantes de exotismo. No hace falta llegar al Tíbet para gozar de lo extraordinario, porque Byron se apunta a los primerísimos vuelos que desde Inglaterra van a la India. Tan primerísimos que, cuando nuestro hombre hace el viaje, la Imperial Airways lleva solamente una semana operando la línea y el recorrido obliga a aterrizar y a amerizar cada dos por tres. Se trata del primer servicio de correo aéreo, que emplea una semana en hacer su recorrido, y que debe detenerse en bases tan precarias como perdidas en la geografía para repostar e ir cubriendo las numerosas etapas que necesitan los aviones de la época.

Por supuesto, la descripción del vuelo -de los muchos vuelos, en realidad- está llena de interés, porque la altura y la velocidad de su aeroplano son tan escasas que se distinguen desde el aire las huellas de los camellos que andan por la arena del desierto. Tanto como un viaje en avión parece que lo que Byron cuenta es un viaje en globo a baja altura.

El plato fuerte del viaje es, sin embargo, Oriente, ese mundo casi de fantasía que se pierde en las faldas del Himalaya y en los valles de clima inhóspito que se adentran en la cordillera para dar cabida a estos reinos, prohibidos del todo o medio prohibidos, que son Sikkim y Tíbet. El viaje de Byron y los amigos que lo acompañan es una auténtica expedición y si las cartas de recomendación que le permiten acceder a gobernadores, altos oficiales del ejército y funcionarios importantes allanan la obtención de permisos y de contactos, de  poco sirven para enfrentarse al frío y a la extrema dureza del camino.

Distancias enormes, llanuras de piedra entre montañas coronadas por glaciares, decenas de kilómetros a caballo por caminos remotos, colores sorprendentes envolviendo el paisaje, pequeños pueblos en el camino, otros viajeros y un sentimiento indefinido de haber hecho realidad lo que para el resto de los humanos es sólo una mancha de color en el mapa van dibujando una experiencia extraordinaria para la época, pero sobre todo para un amante de los viajes que puede al fin conocer una parte de mundo que está fuera del alcance de cualquiera que no sea un privilegiado.

Viaje al Tíbet es todo eso. En un alarde de atrevimiento, el responsable de esta edición, se hace eco de quienes advierten que Robert Byron no es un escritor dotado para la mejor literatura. Es cierto y nadie le pidió ni en su época ni ahora que lo fuera. Porque su capacidad para el relato, su forma de contar, su humor cuidadosamente administrado, su perspicacia, su extensa cultura sobran para retener el interés del lector y mantenerlo pendiente de todos los episodios hasta el final.

Viaje al Tíbet es, además de un viaje al corazón de Asia, también el viaje a una época de viajeros heroicos y románticos que terminó hace tiempo. El lector pasará un buen rato escuchando su voz y entretenido en este libro divertido y lleno de noticias que nos ayudarán también a entender el presente.

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