viernes, 4 de julio de 2014

En Lower River

Lower River

Paul Theroux
Alfaguara, 2014
372 pp.

Paul Theroux construye sobre África una novela que se va haciendo más y más absorbente a medida que avanza, y que engancha al lector que espera conocer el desenlace final en medio de una atmósfera que se ha hecho desesperanzadamente opresiva.



Paul Theroux
Alfaguara, 2014
372 pp.





“Las mujeres tenían prohibido silbar, beber cerveza, comer huevos o poseer canoa…”

Dentro de este género, bastante amplio por cierto, de la literatura de viajes podríamos hablar del subgénero de viajes de ida y vuelta. Un subgénero que se alimentaría de las narraciones reales o de ficción de aquellos que regresan al lugar donde un día echaron raíces ellos o sus familias. Lugares que dejaron su huella y que impulsan al cabo del tiempo a regresar. Lugares convertidos en mitos y que reservan a quienes vuelven a ellos sorpresas imprevistas porque en muchas ocasiones ya no son lo que se guardaba en la memoria.

En esta línea, Paul Theroux construye una novela que se va haciendo más y más absorbente a medida que avanza, y que engancha al lector que espera conocer el desenlace final en medio de una atmósfera que se ha hecho desesperanzadamente opresiva.

De nuevo es África la que centra el relato, aunque Malaui sea el país concreto donde se desenvuelve la trama. Porque, más que Malaui, Theroux elige un rincón del país, aislado, casi inaccesible donde lo que ocurre está fuera de los espacios a los que llega la civilización y por ello mismo es una especie de agujero negro en el corazón del continente.

Aunque la novela de Theroux se podría calificar de aventuras, la realidad es que es mucho más que eso. Es una visión sobre África entera. Una visión, de nuevo pesimista, como si quisiera contradecir a aquellos que apuestan por una mirada esperanzada. Theroux, aquí, regresa al tono agobiante de El corazón de las tinieblas, a ese mundo oscuro del que habla también Salman Rushdie cuando se refiere a las más profundas creeencias africanas y que muestra que, por debajo de una sociedad que también puede ser moderna, sigue viva un África ancestral llena de inspiraciones mágicas, de fuerzas ocultas, de traiciones y de maldad en la que viven envueltos quienes siguen presos de las viejas culturas, de los miedos y de la obediencia a quienes se han hecho con el poder.

Theroux conduce su narración a este mundo sórdido del África oscura, de un continente que, reconoce, podía no haber acabado así pero que sigue preso de sus viejos demonios. El protagonista de la historia en realidad regresa a Lower River porque ese mismo lugar, aislado y fuera del mundo, en vez de resultar un infierno lo tenía todo para haber sido un paraíso. Y en realidad lo fue. Lo fue, como fue África un lugar de esperanza y de infinitas oportunidades cuando se abrió la puerta a la independencia de tantos países que vieron el camino abierto para prosperar.

La novela de Paul Theroux tiene en este punto su verdadero origen. Su protagonista, un norteamericano jubilado, un antiguo voluntario de los Cuerpos de Paz en Malaui, quiere volver a la misma aldea donde de joven fue feliz y donde contribuyó al progreso de sus gentes. Una aldea perdida, tranquila, acogedora donde sintió haber hecho una labor eficaz en medio de una población agradecida.

Nuestro hombre vuelve cargado de ilusión, pero lo que encuentra ya no tiene nada que ver con aquello que dejó años atrás. ¿Qué ha ocurrido? Seguramente no han ocurrido más que cincuenta años de desencanto y de deterioro de la región entera y de sus habitantes. Y, en el modo de desgranar este deterioro, Theroux entra en el meollo de la mentalidad africana y muestra la distinta percepción que quienes viven en la miseria, por un lado, y los ricos occidentales, por otro, tienen de los mismos hechos. Pone de relieve la manera radicalmente opuesta de juzgar y la distinta moral que sostiene el comportamiento y las justificaciones de europeos o americanos y de los africanos en sus relaciones.

Por supuesto, Theroux no pretende pontificar sobre la moralidad de todo un continente. Ni lo pretende, ni induce al lector a la generalización. Pero lo que sí muestra es cómo el abandono de comunidades enteras, alejadas de cualquier posibilidad de progreso, la muerte de muchos de sus habitantes como consecuencia de horribles enfermedades y las hambrunas que han nacido de los campos agostados por las malas cosechas han acabado por arruinar también la convivencia y han creado un mundo perverso al que no se ven salidas.

Como en el África de la que hablaba Conrad, la opresión y la oscuridad se apodera del presente y llama la atención del lector sobre estos puntos negros donde se mezcla lo peor de lo antiguo y de lo nuevo, donde no hay más ley que la opresión. Puntos que se esconden en una geografía donde todavía hay sitio para la magia, los poderes ocultos y la manipulación de los más fuertes. En Lower River es una excelente novela. Representa una visión más a añadir a tantas otras como se proyectan sobre la realidad africana. Y a pesar de situarse en el territorio de la ficción es una valiosa pieza para componer uno de esos puzzles llenos de matices que el lector construye para entender mundos que no son el suyo.

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