viernes, 29 de mayo de 2015

El huérfano

El huérfano

Adam Johnson
Seix Barral, 2014
616 pp

Para divertirse un rato, El huérfano cumplirá su papel en la categoría de literatura relajante, de lectura rápida y como una manera de aproximarse a Corea del Norte tan entretenida como fantasiosa.



Adam Johnson
Seix Barral, 2014
616 pp





Arropada por un premio Pulitzer nos llega esta novela que promete emoción y la posibilidad de descubrir algo nuevo porque su trama transcurre nada menos que en Corea del Norte. Relatos sobre la Corea al norte del paralelo 38 habían llegado con un sabor de documental o con un sabor de denuncia. Pero novela, pura novela de ficción, resulta una novedad y por ello, también, una explicación del gozo con el que ha sido recibida El huérfano.

Lo de Corea -del Norte, se entiende- tiene el aliciente de lo incomprensible. Millones de personas dominadas como si fueran miembros de una secta, con la voluntad secuestrada y los sentimientos polarizados por una extraña energía hacia un Olimpo donde reinan, por este orden, el Presidente Eterno, el Querido Líder y el Líder Supremo resulta cuando menos una rareza que despierta a partes iguales incredulidad y temor. De ahí que cualquier perspectiva que ayude a penetrar en el misterio del país más cerrado del mundo es bien venida y vista con especial interés.

El huérfano, en su condición de novela, se beneficia de no estar limitada por los cánones de los discursos del análisis social o de la literatura de denuncia. Es libre de fabular dentro de ese oscuro caldo que es Corea y de crear una historia cuyo desarrollo pone de relieve,  mirando en mil y una direcciones, cómo es el país.

La propuesta es, pues, interesante y el argumento es perfecto para mantener entretenido al lector. Todas las negruras del régimen dictatorial se ponen en juego para crear el retrato de un mundo de pesadilla donde no hay más objetivo que la obediencia a unas órdenes perversas cuyos fines son tan oscuros como los medios empleados para conseguirlos.  Un joven, crecido en un orfanato y entrenado para la guerra en la más completa oscuridad es reclutado para realizar misiones secretas, a cada cual más dura y sacrificada y más inconfesable también.

¿Y cuál es el problema? Pues, depende. Si lo que se espera del libro es encontrar una novela de aventuras con sus dosis de suspense y de emoción en un entorno desconocido donde además todo es posible de puro absurdo, El huérfano cumple a la perfección su cometido. Pero si lo que se espera es un poco de luz sobre Corea y un poco de sensación de realidad, es probable que pensemos que nos hemos equivocado de libro, que el autor se ha pasado de la raya.

Por absurdo que sea el régimen de Corea del Norte, nadie puede pensar que es el resultado de una improvisación  o de una secuencia de chapuzas encadenadas una a la otra. Ni se construye una bomba atómica a base de alambres y cordeles ni se levanta un régimen que parece no tener fisuras a base de cuatro aficionados sin recursos y sin horizontes claros. Y ahí es donde el lector se encontrará y deberá decidir si le importa o no le importa esa licencia que se toma el autor de presentar una Corea rematadamente malvada, hecha con decorados de cartón piedra.

El huérfano no trata de bombas nucleares, ni de la ideología del régimen porque no es ese su objetivo. Pero en su deseo de buscar la aventura y un poco de adrenalina, ese contexto que hace de Corea algo realmente singular y convierte en misterioso todo lo que ocurre en el país, se difumina. En el libro del que estamos hablando, no se percibe la huella de una maquinaria ciega que mueve, bien o mal, los hilos de un país entero. Todo está contado en clave individual, todo parece obra de unos marginados dedicados a sus maquinaciones. Las complicadas acciones secretas encargadas a nuestro hombre resultan, fuera de cualquier contexto, simple fantasía, todo improvisación y chapuzas mayúsculas. Los enfrentamientos con el enemigo son, de puro disparatados, inverosímiles y maldad del régimen aparece tan ingenua como la de las películas mudas donde la caricatura ocupaba el espacio de la realidad.

Para divertirse un rato, tomando prestado el espantajo de Corea del Norte, lo mismo que a los niños se les asusta con el hombre del saco, El huérfano cumplirá su papel como literatura relajante, de lectura rápida y con el aliciente de averiguar qué va a pasar en la siguiente página. Como una manera de aproximarse a Corea del Norte y comprender mejor que es lo que se cuece en el país, el lector encontrará en otros libros noticias más ajustadas e informaciones con un contenido menos delirante para satisfacer su interés.

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jueves, 21 de mayo de 2015

Déjame en paz

Déjame en paz

Murong Xuecun
Kailas, 2014
272 pp.

Los que quieran asomarse al patio de vecinos y no les importe escuchar más de una ordinariez, tendrán ocasión de contemplar una China que quizás intuían pero que muy probablemente les quedaba aún por descubrir.


Murong Xuecun
Kailas, 2014
272 pp.






No es como Torrente porque en China la cultura es antigua y a todas luces más refinada que la nuestra y aseguran además que Confucio vela todavía por mantener los valores básicos de la vida. Sea eso o que el extraño régimen de Pekín no está todavía para creaciones literarias demasiado inconvenientes, el caso es que Déjame en paz tiene algo que se parece a nuestra película más taquillera aunque su vuelo sea un poco más bajo -quiero decir un poco menos estridente.

Queda advertido el lector, con todos los matices, del tono del libro y también de su interés. Entendámonos, superado el primer sofoco, el espectador debe reconocer que Torrente es un reflejo de España. Un reflejo casposo y exagerado, pero un reflejo al fin y al cabo cuyos excesos acentúan una realidad con la que nos habíamos acostumbrado y de cuya brutalidad habíamos dejado de darnos cuenta.

Déjame en paz sigue el mismo camino porque refleja una realidad de China que después de tanto análisis y de tanta noticia en el periódico hemos empezado a interiorizar y a considerar que es lo que es. China es así. Pues bien, es así pero aquí nos la cuentan al detalle y sin sonrojo, con un desparpajo y una falta de contención que no puede más que asombrar y que despertar en el lector alguna risa.

Nada como prescindir desde la primera línea de toda referencia moral, para colocar el relato en un nivel de ficción que permite a la trama discurrir por los senderos más caprichosos y desmelenados. Nada como decretar que hay barra libre, para que todo sea posible y para que la realidad se convierta en un disparate. Murong Xuecun, el autor de la novela, no es un comediante. Es un disidente, condición que en China tampoco debe ser tan difícil de conseguir si se propone uno hablar sin pelos en la lengua. Y las chanzas y bromas que se suceden en Déjame en paz son el recurso para mostrar un país en pleno desafuero donde nadie, o mejor, donde unos cuantos que seguramente son muchos medran y hacen su vida en la mayor impunidad y sin la menor vergüenza.

El sexo acompaña la acción de la novela sin que nadie se corte lo más mínimo como una parodia del éxito y de la necesidad de exprimir el momento para sacarle todo el jugo como sea. En el todo vale, nada es grave porque todo se mezcla en ese nivel aceptable de los comportamientos pícaros donde quien más quien menos debe colocarse si quiere prosperar.

Por supuesto, el sexo y sus devaneos son el lado divertido del relato. Pero lo demás, el funcionamiento de la sociedad, de la policía y la corrupción que lo envuelve todo resultan igualmente divertidos, porque sin contención moral de ninguna clase, todo se convierte en el juego de quién es el más listo y acaba por llevarse el gato al agua.

Entre disparate y disparate, da la impresión de que la corrupción es el auténtico cáncer que corroe el país. El que ha anidado en las generaciones jóvenes que han vivido en un mundo muy distinto del que vivieron sus padres. Padres que no entienden y que sufren y que son, entre otros,  la sombra que permite a Murong Xuecun sazonar con sabor amargo el pretendido éxito de tanto desenfreno. La loca juventud se carga de lados oscuros que acaban por hacerse presentes en el relato. El jolgorio se acompaña también de las facturas que en plena marcha nadie pensó que habría un día que pagar. Y asoma, en algún lugar de la conciencia un anticipo de ese mensaje Game Over que da fin a la loca aventura de los videojuegos.

Déjame en paz es una caricatura sobre la sociedad China lanzada al enriquecimiento y es una novela indudablemente divertida. Si es uno partidario de relacionarse solo con cosas políticamente correctas debería ahorrarse la lectura. Pero si quiere asomarse al patio de vecinos y no le importa escuchar más de una ordinariez, tendrá ocasión de contemplar una China que quizás intuía pero que muy probablemente le quedaba aún por descubrir.

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jueves, 7 de mayo de 2015

Viajeros lejanos

Viajeros lejanos

Antonio Picazo
Ediciones del Viento, 2015
265 pp.

Antonio Picazo nos sorprende esta vez con una edición especialmente cuidada de un libro en el que habla menos de los viajes que de los viajeros que los llevaron a cabo.



Antonio Picazo
Ediciones del Viento, 2015
265 pp.






Antonio Picazo nos tiene acostumbrados a un goteo lento pero regular y estimulante de libros, lo mismo que a sucesivas llamadas de atención sobre nuevos focos de interés.

Esta vez, nos habla menos de viajes que de viajeros, y nos sorprende con una edición especialmente cuidada, desde el papel, a las tintas y a las imágenes, que nos avisa que estamos ante un libro distinto. Un libro de sensibilidad especial, hecho para sentarse en un sillón y disfrutar con él resiguiendo la historia de quienes se atrevieron a perderse por estos mundos de dios cuando los caminos poco o nada conocidos y las incertidumbres del viaje grandes.

Con Picazo regresamos en alguna medida al viaje romántico, al de los grandes esforzados, al de la pasión y la necesidad que alimentan el impulso de seguir dando pasos más y más allá. ¿Pero he dicho romántico? El viajero, a menudo, tiene mucho de romántico, pero Picazo como buen descreído se guía más por los hechos y por su propio criterio que por las emociones y se apoya en una visión aguda y a veces irónica que resultan la sal y la pimienta de todo lo que cuenta.

El 'antiprólogo' con que encabeza el libro es un aviso de que el autor se va a mover con libertad a lo largo del libro y de sus historias, eludiendo las restricciones que suelen impedir expresarse a las anchas y sin cortes . Y es un aviso también al lector de que hallará en el libro flexibilidad y cintura, sobre un fondo distendido, sin mojigatería, además de un relato todo el tiempo interesante, rebosante de información de la que sin duda va a aprender.

Viajeros lejanos recoge algo de la vida -porque la vida entera hubiera sido imposible- de sesenta viajeros de todos los tiempos y pelajes. Son microbiografías excelentemente compuestas que sitúan al personaje en el contexto histórico que le toco vivir, proyecta luz sobre la motivación de su aventura y cuenta las particularidades que hacen única a la persona y a las hazañas en las que ha fijado su atención.

En realidad, estas pequeñas biografías se publicaron una a una y a lo largo del tiempo en la revista Altair como una secuencia de artículos destinados a poner luz sobre la historia del viaje y de los viajeros. Pero ahora las ha recogido el autor en un solo volumen, las ha homogeneizado y en alguna manera reescrito. Y el resultado no puede ser mejor.

"He propuesto un viaje con muchos y buenos viajeros -nos dice Antonio Picazo-. Caminando con tan excelente comitiva, quien quiera acompañarla podrá tener una idea de cómo viajaban los clásicos, e incluso algunos contemporáneos, y hasta dónde de lejos se puede llegar con ánimo, que este libro es un catálogo de emociones, una feria de vanidades, una asamblea de ambiciones y, claro, una galería de generosidades; así de a chorros fluye la verdadera pasión de vivir."  Y de viajar, y también de saciar la curiosidad de conocer cómo es el mundo, podríamos añadir nosotros.

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