martes, 29 de noviembre de 2016

Crónicas de Islandia, el mejor país del mundo

Crónicas de Islandia, el mejor país del mundo

John Carlin
La Línea del Horizonte, 2016
134 pp.

En 'Crónicas de Islandia' John Carlin ofrece al lector una visión sobre el país tan imprescindible como entretenida y amena.



John Carlin
La Línea del Horizonte, 2016
134 pp.





Islandia es un país excepcional. Se encuentra en el límite de los territorios habitables porque su clima extremo hace difícil la supervivencia en un ambiente frío y oscuro la mayor parte del año. Y por si ello fuera poco, su geología de carácter volcánico ha dado origen a un suelo cubierto de lava, allí donde el hielo y la nieve no se han instalado, que impide prácticamente todo cultivo además de hacer sumamente difícil la cría de ganado.

Los volcanes exterminaron con sus gases en varias ocasiones a buena parte de la población animal y humana. Estimularon la imaginación de Julio Verne, que situó en la isla el punto de entrada a su Viaje al centro de la tierra. Y crearon unos paisajes absolutamente extraordinarios que no paran de producir sorpresa en todos aquellos que viajan al país.

En Islandia los paisajes son tan llamativos que ocupan la atención entera de quienes la visitan. Pero conocer un país va mucho más allá de quedarse extasiado por lo que hay en su superficie, por una naturaleza que muchas veces se diría extraterrestre. Es también conocer a su gente y su modo de vida. Su pasado y sobre todo su presente.

Ocurre en Islandia que con sólo trescientos mil habitantes, concentrados casi todos ellos alrededor de su capital Rejkiavik, da muchas veces la impresión de ser un país deshabitado. Y el paso por Rejkiavik resulta el encuentro con una ciudad tranquila, de personas amables, con un dominio del inglés perfecto, que solo deja una huella pasajera en el visitante y una cierta sensación de envidia por la placidez que reina en todos sus rincones.

John Carlin ha ido más allá en estas Crónicas de Islandia y en lugar de hablarnos de paisajes decide hacerlo de personas, para bucear en lo que descubre que es una sociedad única, extrañamente feliz y próspera, segura de sí misma, culta, vital y creativa.

Carlin acude a Islandia lleno de curiosidad y con la mirada del periodista que quiere desentrañar el secreto de un pequeño grupo humano miserable hasta el extremo hasta bien entrado el s. XX y que ha conseguido unos niveles de desarrollo que la sitúan en los primeros lugares del mundo sea cual sea el índice desde la que se observe.

Encuentra en el país gente de espíritu extraordinariamente joven, con independencia de su edad. Gente sumamente comunicativa y abierta con quienes hablar. Y gente, sobre todo, satisfecha de ella misma y de su país. Quizás su primera sorpresa sea la disposición de todo el mundo a hablar con él, sea el político de mayor rango que lo recibe de manera cordial y sin afectación alguna, sea un escritor o cualquier otro personaje. Uno a uno, sus entrevistados desvelan unos rasgos de carácter que parecen compartir y que ayudan a dibujar una sociedad llamativamente viva.

"Vivimos -dice una de las personas con quienes se encuentra- desde hace mil cien años en una naturaleza extrema y exigente, aunque asombrosamente bella. Para sobrevivir tuvimos que luchar contra el frío y la oscuridad en una tierra en la que la agricultura se reduce a criar ovejas y alguna que otra vaca. Y sobrevivimos la mayor parte de estos mil cien años, aunque fuimos espantosamente pobres hasta hace cuarenta. Cuando yo era niño no veíamos la fruta. Siempre me quedaba con hambre salvo en Navidad. Siempre nos hemos considerado duros y curtidos, pero pese a ello hemos creado una cultura peculiar basada en el amor a la literatura. Eso es un islandés"

Muchos rasgos del carácter y las costumbres que apuntalan la sociedad islandesa parecen proceder de los vikingos. Con seguridad, lo más importante, según cuenta Carlin, ha sido la extraordinaria importancia que han tenido en todos los aspectos de la vida, doméstica y pública, las mujeres. Una sociedad mucho más equilibrada, más femenina, más rica en matices y en sensibilidad ha permitido llegar a lugares a donde una cultura masculina no hubiera alcanzado jamás. Y ha sido fundamental para sacar al país de la crisis.

El 'nuevo' libro de Carlin es en realidad un compendio de artículos que escribió para el diario El País y que se publicaron a partir de 2006. Los primeros hablan de una Islandia exultante y exitosa cualquiera que fuera el ángulo por el que se la viera. Una Islandia segura de sí misma e inconsciente de sus debilidades. Los últimos hablan de una crisis que rompió el espejo de la prosperidad sin límites y enfrentó al país y a sus pocos habitantes a una inesperada derrota. Quizás aquí es donde el papel de las mujeres resultó más decisivo y el carácter islandés probó de nuevo su capacidad para afrontar la adversidad.

En medio del inmenso trauma de una bancarrota, las mujeres ocuparon algunos de los lugares clave que hasta el momento habían ocupado los hombres, orientaron el país en una dirección más sensata, más sostenible, alejada de una ambición desmedida y absurda y mantuvieron el mismo espíritu coherente, confiado en los resultados del trabajo y emprendedor que había sostenido el país desde hacía siglos.

Carlin desvela con la frescura habitual que encontramos en todos sus escritos las interioridades de una sociedad tan particular como ejemplar. Una sociedad moderna, abierta y cordial que ha velado por la cultura y ha logrado la felicidad de sus miembros como ninguna otra. Conocer Islandia más allá de su asombrosa naturaleza es entrar en los hogares, en los lugares de trabajo y los despachos y conversar con su gente. El libro de John Carlin da ocasión de hacerlo y ofrece al lector una visión tan imprescindible sobre el país como entretenida y amena.

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lunes, 14 de noviembre de 2016

Viaje al Ártico y cuatro relatos del norte

Viaje al Ártico y cuatro relatos del norte

Arthur Conan Doyle
Confluencias, 2016
260 pp.

Un jovencísimo Conan Doyle embarca como cirujano en un ballenero. Está lejos de terminar la carrera de medicina y lo que más lo atrae es la aventura. En 'Viaje al 'Ártico' nos la cuenta



Arthur Conan Doyle
Confluencias, 2016
260 pp.





Si hubiera un club de personajes polifacéticos Conan Doyle pertenecería a él por méritos más que sobrados.
El creador de Sherlock Holmes y del doctor Watson fue muchas cosas más que eso, aunque ambos personajes fueron quienes le dieron la fama que ha mantenido hasta hoy. Es más, para el célebre escritor sus novelas de detectives fueron casi un accidente del que obtuvo más reconocimiento que satisfacción.

Al mismo tiempo que se iniciaba en la literatura como aprendiz, Conan Doyle cursaba estudios de medicina y tenía la mente menos puesta en los estudios que en la posibilidad de emprender una aventura que diera más emoción a su vida. Y la oportunidad apareció cuando, sin haberse licenciado aún, con sólo veinte años, le ofrecieron embarcarse como cirujano en un barco ballenero que faenaba en el Ártico. Estamos a finales del siglo xix y al comienzo de una carrera llena de éxitos y reconocimiento.

Pero aquí, en el libro al que nos referimos, el que cuenta su aventura es todavía un chaval, consciente de su bisoñez y encantado de haberse 'colado' en un entorno duro, en medio de un clima extremo y envuelto en una labor tan áspera como peligrosa.

Porque nuestro hombre, además de médico, se presta a actuar de arponero como el resto de la tripulación y a mezclarse en una actividad salvaje de persecución y de muerte sin tregua de focas, morsas y ballenas.

El joven Conan Doyle escribe un diario. Escribe para él y para su recuerdo. Un diario que da cuerpo este volumen que ahora publica Confluencias, en una edición que recupera el gusto por el libro objeto, de diseño esmerado y animado por los dibujos con que el propio autor ilustró su escrito.

Hablamos de dibujos que dan frescura al texto pero que reflejan también su tono. Un tono informal y con un punto ingenuo de quien sabe que a pesar de su puesto de cirujano y de su  relación cordial con el capitán, es más un grumete en una expedición compuesta por rudos marineros, que un igual en lo que a méritos y experiencia se refiere. Más tarde un Conan Doyle más maduro se alegraría de no haber tenido que atender ningún accidente grave, de los muchos que amenazaban la caza de las ballenas, con unos conocimientos médicos tan precarios como los que tenía cuando embarcó.

La exploración del Ártico la hicieron unas pocas expediciones de unos contados países europeos. Pero quienes se adentraron en el mar y mejor lo conocieron fueron los balleneros que persiguiendo a sus presas se adentraron hacia el norte entre témpanos de hielo, por los resquicios que dejaba abiertos la banquisa y tratando de avanzar más y más para llenar sus bodegas de aceite, carne y pieles de los animales que cazaban. La caza, sanguinaria y peligrosa era al mismo tiempo excitante y agotadora. La persecución de una enorme ballena echando botes al agua para acercarse a ella y arponearla, en un clima helador, administrando el riesgo y con la adrenalina a flor de piel era la cruz de una moneda cuya cara consistía en largos días de inactividad en un mar poco amigo, catalejo en mano a la espera de alguna señal que anunciara la presencia de un cetáceo.

Conan Doyle describe este ambiente, con poco que contar muchos días y con muchas observaciones y detalles sobre la pesca cuando había zafarrancho de combate y la tripulación entera salía en persecución de la pieza a la que se había puesto el ojo. Pero siempre con indicaciones sobre cómo era la vida en los balleneros, en los puertos donde la industria de la pesca de las ballenas era o había sido una actividad relevante y sobre la industria ballenera que estaba decayendo y en la que quedaban solamente escoceses y noruegos  cuando en los buenos tiempos, pocos años atrás, navegaban también por las aguas del Ártico holandeses, daneses, franceses y vascos.

Cierran el libro cuatro relatos más de Conan Doyle que recogen sus experiencias de ese viaje juvenil al Ártico que dio lugar a artículos en periódicos y conferencias de gran éxito y reconocimiento para el autor. Tres de estos artículos forman parte de estos relatos donde la narración deja de tener la forma de un diario y se vuelve màs explicativa. Y un corto episodio de la serie de Sherlok Holmes compone el cuarto, basado en un misterioso asesinato en el que se ve envuelto el capitán de un barco ballenero.

Mucho ha cambiado el asunto de las ballenas desde el momento en que Conan Doyle hizo su iniciático viaje y mucho también se ha avanzado en el conocimiento de un Ártico que se derrite y ha abierto vías navegables en un hielo que había permanecido intacto durante siglos y siglos. Pero por eso mismo se lee con interés lo que cuenta un testigo tan singular como nuestro autor al descubrirnos lo que fue un modo de vida y cómo era un territorio en los límites de lo conocido, a través de un viaje envuelto en penalidades, en una opaca incertidumbre y en un espeso misterio.

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