martes, 21 de marzo de 2017

Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán

Palmeras de la brisa rápida. Un viaje a Yucatán

Juan Villoro
Altaïr, 2016
186 pp.

Con un tono vivo y creativo, Villoro nos muestra en "Palmeras de la brisa rápida" un Yucatán envuelto en una atmósfera de nostalgia y cariño que sólo quien ha echado raíces en el lugar puede expresar.


Juan Villoro
Altaïr, 2016
186 pp.





Con un arranque vivo y animoso, casi sin dar tiempo al lector a entrar en el libro, en tono locuaz y con la mente inquieta es como Juan Villoro abre este singular Palmeras de la brisa rápida, cuyo título es una suerte de peripecia que invita a quien lee a dejarse llevar por caminos apartados de la rutina, abiertos a la sorpresa. Un vocabulario amplio, inesperado, del que el autor exprime el significado como si jugara con él sirve para llevar el relato por un terreno donde la ironía y el humor se encuentran. Un relato sobre un viaje a Yucatán tranquilo, de quien no tiene prisa, siguiendo la estela del recuerdo de una abuela que vivió en aquellas tierras y que dejó una huella aún presente en la memoria del autor.

Un lenguaje de sentido inesperado, hecho de términos elegidos para sugerir imágenes y producir sorpresa reclama la atención del lector, entretenido en ese continuo jugar con las palabras que evita la rutina de los significados previstos y muestra que hay vida más allá del diccionario.

"La bolsa femenina es uno de los lugares más dramáticos de las postrimerías del siglo. Lo que ahí cae se hunde como en un mar de los sargazos, entre espejitos, pinceles de tres tamaños, cepillos, papeles, media galleta, cajitas misteriosas y pesos profundamente ahogados."

Está claro que este no es el relato de un viaje al uso. Ni el autor del relato es un viajero convencional y lo sabe. Por ello, se deja llevar por una cierta indolencia, se entretiene en las cosas pequeñas y observa alrededor como haría un escritor algo perezoso a quien la cuartilla en blanco le inquieta más que lo atrae y que no tiene prisa por ponerse a escribir.

Villorio se alía con el lector cuando confiesa lo difícil que es darle vuelo a un relato si quien escribe no es García Márquez. Cualquier cosa que cuente un 'famoso' parte con un plus de interés por trivial que sea, y destaca por encima de lo que pueda contar un desconocido. Seguramente por ello, nuestro autor juega con el tono y con el rico matiz que tienen las pequeñas cosas. Y con ello abre su propio camino en el que entra el lector con la mirada atenta, atraída por la curiosidad.

El Yucatán al que nos lleva Villorio no es el de las grandes ruinas maya. Es el de una comunidad seducida por nombres femeninos al estilo de Leidy o de Deisy o de Norah Eli Chen que marcan una forma de vivir y las aspiraciones de toda una generación. Y es que el Yucatán ha vivido hasta hace nada aislado, sin contacto con quienes pudieron seguir el curso de la modernidad. Incluso el idioma, el español, no es el mismo que se habla en México D.F. El español de Yucatán mezcla sonidos mayas con resabios cubanos como corresponde a un lugar al que le ha sido más fácil mirar al Caribe que a tierra adentro.

Villorio nos habla de la música, la de hoy y la que se está perdiendo, dulzona y provinciana , del bambuco y de la trova, recordando a grupos musicales y a compositores antiguos. Y busca para el lector señas de identidad como ese deje poético que sale del cancionero y que no pue
de reflejar mejor el alma del país cuando se deshace en sensualidad y susurra algo así como 'mi boca besará la caoba de tu melena bruna...'

Parte de la poesía del Yucatán que transmite Villorio contiene los aromas del bolero. Habla, como si nada, del fracaso del país y de su gente. Un fracaso dulce. Unos personajes con el brillo de una gloria que no se asienta porque acaba por escapar, por quedar en nada, relegados como el Yucatán entero a la oscuridad.  Pero la aceptación de un destino tan pobre, cuando se combina con un toque de ironía, se convierte en lucidez. Más que resignación resulta el reconocimiento sin complejos de un cierto fracaso que no es otra cosa que el hecho de haber conservado la condición provinciana en un mundo que sólo atiende a la modernidad.

Villorio nos muestra un Yucatán que sigue sin salir del segundo o del tercer mundo pero no como un defecto sino como un signo de identidad. Y nos lo muestra envuelto en una atmósfera de nostalgia y cariño que sólo quien ha echado raíces en el lugar puede expresar. Quien desee hacer un recorrido más vital que geográfico por Yucatán y pasar un buen rato de lectura tiene ahora la ocasión de hacerlo con este Palmeras de la brisa rápida de título tan desconcertante.

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